domingo, 21 de junio de 2009

El 'pater' del campesinado ecuatoriano

Juan de Sola/Alex Espiño, (Quito, Ecuador).- La desnudez del espiritu salta a la vista. Detrás de una poblada barba blanca y una mirada de ojos azules hay un ser excepcional por descubrir. En cuerpo menudo, concentra una apasionante historia de lucha social que sería imperdonable no sentarse a escuchar horas y horas. La construcción de la esperanza y convivencia repleta de valores son su paradigma de obra y vida.

El padre Graziano es un hombre inquieto y de desbordantes inquietudes. Todavía, el acento conserva una esencia del idioma italiano, patria que lo vio nacer. Oriundo de la ciudad de Padua, no vacilo a la hora de entregarse a los más desfavorecidos, a aquellos que fueron abandonados por la dicha. "Tenemos que ocuparnos de los que menos tienen para ser justos", entona mientras mantiene esa mirada de limpias intenciones.

Recolector de las primeras necesidades, el padre Graziano regala desmedida generosidad a los semejantes sin esperar una contraprestación más que la cristalización de la solidaridad, dignidad y justicia social en cualquier realidad humana. Cree en las personas y sus capacidades naturales e intelectuales. Es partidario de dotar a todo el mundo de las oportunidades necesarias para que emerja el ser humano que cada uno llevamos grabado en los genes.

Fue testigo de las políticas sociales aplicadas por el gobierno chileno de Salvador Allende y el posterior golpe de Estado, prepetrado por Augusto Pinochet. En condiciones de represión y totalitarismo dictatorial, buscó sin descanso dignificar las situaciones de penuria de un pueblo sometido a la injusticia y la estrechez axfisiante de las libertades. Lo hizo hasta tal extremo que puso en riesgo su propia integridad personal, por lo que tuvo la obligación de abandonar el país y situar en escena nuevos proyectos de solidaridad en la realidad ecuatoriana.

Sonrie como muestra del peso que tiene la felicidad interna ilimitada. Las exageradas carcajadas le hacen inclinar la cabeza hacia atrás, como si mirase al cielo y diese gracias por llevar a cabo sus sueños terrenales con los humanos. A su llegada al Ecuador, canalizó sus esfuerzos en mejorar las condiciones de las comunidades de la provincia de Esmeralda. Nos recuerda que "soy hijo de padres campesinos" y es incapaz de evitar atender concienzudamente las constantes necesidades que han padecido, padecen y padeceran los agricultores. Fue un proyecto de desarrollo, con muy pocos o nulos recursos, a lo largo de nueve intensos años de su activa vida. "Muy hermoso, aunque duro fue aquel proyecto con los miembros de las colectividades de la zona", reflexiona en un suspiro.

Durante este periodo inicial en la acción social de Ecuador, en el objetivo de dotar a las comunidades de servicios sanitarios y educativos, le llovieron las acusaciones desde estamentos del gobierno de pertenecer a organizaciones violentas o terroristas "asunto que me llevó en cinco ocasiones a pisar una cárcel sin merecerlo". Por aquel entonces, el ejecutivo estaba gobernado por un partido poco progresista y excesivamente conservador al que no le seducían aquellas iniciativas promovidas desde la propia sociedad y alejadas del control de la administración.

Hablar y gesticular con nerviosismo es una característica del pater, especialmente, cuando centra el discurso en el pueblo. En este punto es taxativo: la organización y la unión es la base sólida de un pueblo, "esa es la clave para prosperar, desarrollarse y encontrar vidas mimetizadas con la dignidad". Es en el sur de la ciudad de Quito, uno de los focos de mayor marginalidad, donde el Padre Graziano inicia un nuevo proyecto social para evitar el abismo de la exclusión y la pobreza de personas privadas de los mínimos recursos. Comienza este nuevo trabajo en la organización 'Cristo vive en el Sur' y reconoce que las casualidades no existen, por lo menos en esta ocasión. Al decirlo, ríe sin disimulo y regresa a la pasional explicación de como nació la Fundación que hoy preside.

Nunca deja aparcada la amabilidad en la conversación, por muy espinoso que sea la temática a tratar. El azul de sus ojos está presente en todo momento. El parpadeo es mínimo porque mantener la mirada es para este 'padre de los campesinos' un factor capital. Considera que en la comunicación corporal está el plus de credibilidad de las personas o no.

La Fundación Maquita gesta su nacimiento en este contexto social donde el Padre Graziano parece moverse como pez en el agua. "En los despachos, tenemos que estar lo mínimo. Hay que estar en contacto con la gente y conocer sus impresiones o necesidades en primera persona. Esa es la principal herramienta de trabajo con las comunidades". Dice esto después de regresar de Esmeralda, zona situada en la costa, al norte del país.

El vehículo utilizado es el más modesto de cuantos posee la fundación en el parque móvil. Sin un todoterreno es imposible poder realizar labores en el medio rural por que los accesos y red de carreteras no presentan las mejores condiciones de pavimentación y diseño. En la parte trasera, el pez de Cristo nos recuerda el mensaje de ser solidarios en cualquier momento del día. "No podemos ser personas que no sabemos perdonar. Estamos obligados a practicar con frecuencia este aspecto de la relación entre seres iguales". Aquí no deja lugar a la réplica o la mínima insinuación de que el ser humano goza de una imperfección ancestral.

Insiste en repetidas veces en la suerte que tiene al "vivir un sueño". Este proyecto con casi veinticinco años de historia e incidencia en el desarrollo del campo y los miembros de las comunidades es, para este padre, una realidad en la que parece necesita pellizcarse para creer que han llegado algunos resultados positivos. No se recrea demasiado en los hechos y los logros alcanzados, "tenemos que seguir hacia adelante y seguir trabajando porque tenemos muchas personas que todavía necesitan de una atención determinada por nuestra parte", matiza.

Volviendo, de nuevo, la mirada atrás, reitera que la buena organización y el entendimiento entre las personas que componen una comunidad son una de las claves del desarrollo. Pero no quiere dejar pasar la oportunidad de censurar las consecuencias del neoliberalismo para los seres de mayor fragilidad. "Comenzamos a trabajar en los reducidos espacios que dejan las herméticas líneas de comercialización del neoliberalismo. Esta clase de comercio comunitario ha servido para luchar contra políticas económicas conocidas y poco efectivas para el campesino".

Otorga, también, relevancia a las cuestiones de género y la equidad entre sexos. Sobre esta materia, la Fundación aplica unas políticas muy activas para combatir el arraigado machismo existente en el campo. Actualmente, las cosas han avanzado con lentitud pero la mujer adopta papeles de importacia y decisión en el seno de las comunidades. "Ésta debe ser otra de nuestras incansables actuaciones para mejorar las condiciones sociales de la mujer en el rural".

Superada esta fase del análisis, el Padre Graziano se levanta con ímpetu de la silla en la que había mantenido la conversación. Nos sonríe, si es que en algún momento dejó de hacerlo, y aprovecha unos segundos para meditar alguna idea que flota por su hiperactivo cerebro. Sin pensarlo más, advierte: "Nos hemos dejado atrás el importante tema de la Teología de la Liberación"...

(Fotografías: Miguel Núñez)

sábado, 20 de junio de 2009

Rebuscando entre los tesoros de la naturaleza

Juan de Sola / Alex Espiño, (Cayambe, Ecuador) .- Los hongos nacen y se cultivan a altitudes impensables. La recolección es una labor ancestral que con el paso de tiempo ha mejorado en su técnica sin abandonar los métodos tradicionales. Cada vez que brota una seta, renace con mayor fortaleza una identidad y cultura indígena en los andes ecuatorianos.

El paraje donde se ubica el cantón de Cayambe sorprende a la propia naturaleza. Observadas por uno de los volcanes inactivos, nueve mujeres peinan con frecuencia diaria los ricos bosques poblados de pinos. De piel oscura, curtida y de rasgos muy marcados, invitan a todo aquel que les visita a acompañarlas a la selecta recolección de los preciados hongos.

La simpatía, las constantes risas y algún comentario vacilón, incluso en quechua para no ser entendidas, no faltan durante el recorrido por su medio de trabajo. "Tenemos que andar dos horas a esta altura", nos espeta Rosita Catucuamba con una irónica, casi socarrona, sonrisa ocupando todo el rostro. A pesar de ser objetos de una de las tantas bromas a las que nos iríamos acostumbrando, surgieron las dudas sobre si la cosa iba en serio o no.

No tuvimos que esperar mucho. Escuchamos como las nueve recolectoras de hongos emitían el sonido de una "pilla" risa. Era sólo el principio de una integradora experiencia. Con vestuario de coloridos estampados sobre una camisa de grueso tejido y una larga falda monocolor, combinado con un calzado típico de la serranía, parecido a unas alpargatas, caminan en una fila milimétricamente ordenada.

La intuición y la experiencia son sus dos principales herramientas para localizar el fruto. Dos se detienen y el resto continúan la búsqueda. Cuchillo de grandes dimensiones en mano, secciona el cordón umbilical del hongo con la madre tierra. Mientras esto ocurre, bromean hasta arrancar una nueva sonrisa. Poco a poco, la cesta va aumentando de género. Buena parte del bosque ha sido explorado sin más éxito del que hay.

Antiguamente, antes de la incorporación de una máquina de última generación tecnológica gracias a la cooperación internacional, el proceso de secado de los hongos se realizaba en las casas particulares de cada una de las mujeres dedicadas a esta actividad. Habitualmente, antes de salir a recolectar, cada una se ocupa de las necesidades de la granja particular.

Nos muestran, de nuevo con una perenne sonrisa en ese semblante curtido, donde trabajaban en el pasado la seta. "Son muy beneficiosas para tratar la anemia y alimentarse bien", aclara Espírita Ulcuango, a la vez que corta un hongo sobre la mesa de secado.

Por estas fechas, en este lugar de Pecilio, se celebra con intensidad la fiesta de San Juan. Las conversaciones giran en torno a esta fiesta popular. "Hoy tenemos el pregón. Después de trabajar iremos a celebrar el santo", anuncian. En dirección al centro de acopio, en una de las viviendas limítrofes, acaban de sacrificar a un cerdo. En este sentido, las diferencias con la cultura tradicional gallega sólo difieren en cuestiones geográficas y poco más.

Una vez terminado todo el proceso del hongo y transcurridas tres horas, el apetito reaparece con descaro. De repente, en una bolsa, una de ellas reparte panecillos con un cierto sabor dulce que logran apaciguar el deseo biológico de comer. Sentados en un corrillo, la mujer más veterana habla y es escuchada con máximo respeto. En la cultura indígena las mujeres portan un collar cuyas proporciones tienen directa relación a la experiencia y veteranía vital. El más voluminoso sólo puede ser lucido por la mujer de más edad.

De insistir lo mucho que ha cambiado la comunidad y las técnicas de cultivo de las setas, pasa a adentrarnos en la lucha indígena y la importante presencia que éstos tienen en países de Centroamérica como Guatemala. Con tacto, pero con sinceridad, nos detona la memoria los episodios injustos cometidos por los colonos españoles. "Hicieron esclava a nuestra gente y eso no está bien. Aquí no nos respetaron nunca".

Tal afirmación provoca una inmediata reflexión sobre nuestra heroica historia. A nuestra manera, pedimos disculpas por lo provocado por nuestros antepasados. En un tono jocoso, una de ellas sugiere que "ya que se llevaron la plata, ahora que nos compren hongos y nos la devuelvan de nuevo". Y seguimos escuchando aquella viva representación de la mujer indígena que rebusca entre los tesoros de la naturaleza para fomentar una tradición que, a pesar de los intentos por exterminarla, brota cada mañana.

(Fotografías: Wilson Morales.)

viernes, 19 de junio de 2009

Entrevista con María Jesús Pérez - Directora Ejecutiva de MCCH



Longevidad y sabiduría en la sierra andina

Juan de Sola / Alex Espiño, (Cayambe, Ecuador) .- La panamericana norte conduce a ese maravilloso lugar donde la pureza de una cultura e identidad se encuentran intactas. En dirección a Colombia, comenzamos a subir. La ciudad de Quito, punto de partida, se encuentra a 2.880 metros sobre el nivel del mar. Hay que llegar hasta los 3.300 para encontrarnos con la pequeña población andina de Cayambe.

Por primera vez escuchamos hablar del quechua, una de las principales lenguas indígenas. Los paisajes montañosos son tan indescriptibles como elevados. El oxígeno se ausenta por momentos. Y eso se nota al respirar. De vez en cuando, una inevitable sensación de agotamiento aparece y desaparece. El agua y el azúcar, el mejor remedio para equilibrar el organismo.

Los rostros indígenas hacen decenas de kilómetros que dominan este entorno de la serranía. La última parte del recorrido nos devuelve al Ecuador de caminos de tierra y piedras. Al fondo, preside la escena el volcán de Cayambe. Está nevado. Por suerte, despejado. Bonita manera de dar la bienvenida a este recóndito punto de la sierra de los Andes.

Tenemos ya la necesidad de realizar nuestros movimientos con mayor lentitud. Tras buscar el último acceso, llegamos al centro de aquel reducido pueblo. Nos detenemos en la explanada central y un lugareño sale a nuestro encuentro. Se dirige a Nelly, coordinadora de la Fundación Maquita en la sierra. Ella viaja en uno de los asientos traseros. Rápidamente saluda con un cariño que sólo aquí saben practicar.

Un hombre de piel curtida por el sol y el fuerte viento de la zona, ataviado con una especie de poncho artesanal rojo, busca conversación y fácilmente la encuentra. Unas gafas de color negro protegen una mirada de sabiduría. "Gracias por escucharme. Llevo toda la vida en este lugar, aunque ahora tengo un poco de reuma. Pero eso es más psicológico y mental que físico".

Segundo Neptalí ha superado con nota los 88 años de edad. Expresa con pasión y claridad como ha sido su vida en un lugar tan diferente al nuestro. No duda en adentrarnos en sus ideales políticos. "El imperialismo americano y sus químicos están envenenando al mundo. Los alimentos tienen que ser naturales para la salud", critica vehementemente.

Este octagenario indígena nos habla con naturalidad de alcanzar una vida de 100 años. Recuerda que su madre llegó al horizonte de los 125. "Sólo perdió un poco de vista al final. Pero murió un día caminando hacia la iglesia".

Defiende las prácticas artesanales y tradicionales, muy por encima de las industriales. A su edad, todavía pertenece y participa en las bases del sindicato de trabajadores del Ecuador. "Voy a bajar a la ciudad de Quito para denunciar esto. No tengo temor a represalias de los americanos por esto que digo".

La alimentación ecológica es casi una obsesión. Antes de asimilar todos los conceptos y sabios razonamientos que formuló, tuvo que luchar con la ignorancia desde el analfabetismo. "Llegué a ser profesor por méritos propios. Daba clases a los niños en ese edificio", señala con el dedo hacia una vieja casa de baja construcción en la zona de Pecilio, pequeña población del cantón de Cayambe.

Insiste en que ser longevo debe ser un objetivo básico y prioritario para cualquier persona. Eso sí, bajo intereses de sabiduría alimentaria y vital.

(Fotografías: Wilson Morales.)

jueves, 18 de junio de 2009

Luchando por salir adelante en un mundo de hombres

Juan de Sola / Alex Espiño, (Palo Quemado, Ecuador) .- Las risotadas de Maruchi Silva todavía resuenan en las laderas de Palo Quemado, una pequeña comunidad agrícola situada en la provincia de Cotopaxi. Le preguntábamos cómo se sentía al mandar sobre los hombres, al poder tomar decisiones, al ver que sus opiniones, ahora sí, son tenidas en cuenta.

No es una cuestión baladí. El cultivo de la panela, conocida en nuestro país como azúcar de caña, tradicionalmente ha sido una tarea exclusivamente masculina. "Nos decían que no éramos capaces de aguantar un trabajo tan físico como este". Pero ella, con su trabajo, ha demostrado que las excepciones son posibles. En Palo Quemado, son las mujeres las que lideran la comunidad.

De los cuatro miembros de la directiva, tres son mujeres. Algo insólito en este país. Maruchi destaca orgullosa que desde que se hicieron cargo de la organización "el cambio ha sido brutal, porque teníamos muchas ideas que no eran escuchadas y que han funcionado a la perfección". Asegura que los hombres, incluído su marido, han recibido muy bien que ellas tengan el mando de la producción, aunque sabe que no en todo Ecuador pasa lo mismo.

"Aún hay la creencia que la mujer tiene que estar en su casa, criar a sus hijos y cuidar de su esposo, pero aquí estamos demostrando que podemos hacer mucho más que eso". Por eso, aunque reconoce que los inicios fueron duros, anima a que mujeres en su situación luchen por sus sueños "porque con esfuerzo se cumplen". Y eso que ella tiene el apoyo de su familia, "pero nuestra tesorera es una mujer que está sola y aún así pelea día a día por salir adelante. Ella ha sido mi mayor ejemplo".

En los últimos años, las mejoras en la producción de la panela en esta comunidad han sido notables. Maruchi y sus compañeras aún recuerdan los tiempos en los que cocinaban la caña de azúcar en una especia de galpón al aire libre, en donde las condiciones de trabajo no eran las mejores. "La panela se nos estropeaba mucho, porque se humedecía demasiado, cogía hongos y bacterias, y además nos llevaba mucho tiempo, ya que la maquinaria era muy rudimentaria".

Gracias a los proyectos impulsados por la Fundación Maquita y la ONGD Amarante, esta comunidad de Palo Quemado pudo construir una pequeña factoría artesanal, conseguir una exprimidora del juego de la caña de azúcar, triplicar los hornos para cocinarla, o que es más importante, capacitarse para la calidad y la rentabilidad de sus producciones sean óptimas. Así han logrado llegar a producir entre cinco o seis personas a la vez, 250 kilogramos de panela al día, trabajando unas doce horas diarias, una jornada laboral que podría entenderse como extenuante, "pero al menos trabajamos en familia y pasamos un buen rato".

"Y todo ello, ahora ganando un precio justo por nuestro trabajo", dice sonriente nuestra anfitriona, justo antes de ofrecernos un buen plato de comida de la tierra. Como buena campesina ecuatoriana, prefiere quedarse sin comer a que sus invitados pasen hambre. Sobre todo después del largo y empedrado camino que han recorrido para que sea una de las protagonistas del documental que narrará su forma de vida. Una generosidad de la que los europeos tenemos mucho que aprender.

(Fotografías: Miguel Núñez).

Tres generaciones de mujeres en plena construcción de una equidad de género

Juan de Sola/Alex Espiño, (Junin, Ecuador).- Son tres generaciones de mujeres representadas en un mismo momento. Cecilia, Carmén y Mª Isabel recorren casi un siglo donde caben los avances pero también muchas penurias para la mujer campesina.

No dudan en expresar con naturalidad, su criterio a la hora de valorar como le fue, le va y le ira a la mujer en un espacio tan dominado por el hombre como el campo en Ecuador. Las conquistas han tardado en fructificar pero afortunadamente ya están aquí.

Nos encontramos con ellas en el centro de acopio de Junin, un espacio donde la cooperación gallega está muy presente gracias a los proyectos que la ONG Amarante mantiene desde hace cinco años. Mª Isabel, la mujer de más edad, recuerda que, en tiempos atrás, no podía hacer otra cosa que cuidar de los apartados domésticos sin oportunidades para un desarrollo tanto social como profesional. "Antes, los hombres no indicaban un camino muy corto: cuidar de la casa y los niños. Era lo que había entonces". A pesar de la resignación por haber vivido bajo ese modelo social, no trasluce el rencor o el ánimo de revancha contra el género opuesto. Considera que "ahora, las cosas han cambiado y es un gusto poder comprobar como una mujer puede hacer más cosas". Esta luchadora nos recuerda los diferentes episodios librados para poder llegar a ser maestra y titularse en esta profesión. "Me empeñe en ser maestra en unos tiempos en lo que eso no era para mi. Al final, lo consegui", sonrie con orgullo al confesarnos tal logro.

Sin embargo, Carmén, mujer representativa de una generación de mediana edad, es consciente que los problemas reales de género los vivió en carne de su madre. "Recuerdo cuando era pequeña las dificultades de ella por intentar algo más que no fuese el cuidarnos. Cada vez que lo revivo no puedo evitar el lamento". En su caso, sopesa que las cosas no han sido fáciles, aunque los tiempos han cambiado. Por ejemplo, "estoy en esta entrevista y mi marido está realizando las labores en casa. Eso es un cambio", asevera una mujer con deseos de crecer en cambios sociales y culturales que favorezcan a la mujer.

Para Cecilia, las cosas están muy claras. No hay marcha atrás en relación a la inculcación de una equidad entre géneros. Considera esta visión crucial para seguir en la dirección necesaria de los avances. "En el campo, los hombres no dejaban paso a las mujeres en decisiones que afectaban a todos, antes venían a las asambleas de las comunidades solo en representación del marido y, eso, ha cambiado de forma importante", subraya esta joven mujer que insiste en trabajar de forma incansable por engrasar la máquina que fabrique una igualdad real.

Las tres mujeres son conscientes de que las problemáticas todavía perduran. La violencia de género es inmediatamente condenada, al ser preguntadas por este aspecto. Reconocen la existencia de malos tratos no solo físicos sino también psicológicos. "Conocemos casos. Bien es cierto que son menores que antes, pero las mujeres en Ecuador siguen viviendo ese trato inhumano", matizó Cecilia.

Reivindican el derecho a participar en todos los espacios donde hay decisiones y responsabilidades que asumir. "No estamos de acuerdo que este tipo cosas siempre recaiga sobre los hombres porque nos afectan a todos, no solo a ellos". No pierden la oportunidad de recurrir a los frios datos de las mujeres que están en puestos de responsabilidad y las que no. A esto le añaden, el hecho de los éxitos en los periodos de formación de la mujer frente al hombre. "Menos mal que ahora tenemos presencia en este tipo de foros donde se acuerdan cosas de relieve para nuestra comunidad".

Creen en la aplicación del concepto equidad en toda su extensión. Asumen el reto de llevar a la sociedad ecuatoriana a un severo cambio ante una realidad machista, en especial, en el mundo agrario. Tres generaciones que se niegan a aceptar cualquier retroceso; tres mujeres de diferentes generaciones que se han convertido en el paradigma de la mujer en la provincia de Manabí. En el futuro referente de la construcción de la decidida equidad entre sexos.
(Fotografía: Miguel Núñez)


La fiesta de la hospitalidad

Juan de Sola / Alex Espiño (Poza Honda, Ecuador) .- La gente del cantón de Santa Ana, especialmente la más cercana a Poza Honda, no quiso escatimar esfuerzos en dedicación y hospitalidad. Por eso, varias comunidades optaron por desarrollar una noche cultural popular, con todos los honores, motivada por la visita de los reporteros de Agareso.

Nadie esperaba tal recibimiento. Tras una jornada intensa, siguiendo las huellas que deja la producción artesanal de cacao, la noche había llegado para quedarse las horas reglamentarias. En este aspecto, la diferencia es importante con respecto a España. Poco más de las seis y media, oscurece en el territorio ecuatoriano. Desde la costa a la sierra, pasando por la amazonía y el oriente.

La cena estaba prevista para las ocho de la tarde en el centro de ecoturismo que la Fundación Maquita, contraparte de la ONG gallega Amarante, tiene asentado desde hace dos años en Poza Honda. El proyecto, dirigido por personas de las comunidades de la zona, tiene un corto pero intenso recorrido. Cuatro cabañas acondicionadas y un salón que, a la vez, es utilizado como idílico comedor. Esto ha convertido una costosa y sacrificada iniciativa en una bandera de dignidad para todos los miembros de las comunidades.

En este punto del Ecuador, el cacao y el ecoturismo son el centro de las actividades zonales. Y no hay otras principales referencias, ¡por ahora! Todos persiguen un desarrollo de la comunidad como objetivo colectivo.

La suave temperatura nocturna no quiso ser un condicionante adverso para celebrar una velada inolvidable. Los diferentes preparados que salían de aquella cocina estaban compuestos por productos de cultivo ecológico, localizados en el cantón y su provincia. Frutas, arroz, verduras, zumos, así como pescado, sugerían los encantos de la gastronomía más artesanal.

Recién terminada la cena, las mesas y las sillas fueron retiradas para hacer más espacioso el lugar. En la entrada a la finca, decenas de lugareños esperan al son de una guitarra su turno para poder iniciar un festejo en toda regla. Atónitos por tal situación, los miembros de la expedición de Agareso son llamados a cocina para participar en la elaboración del chocolate que, horas después, se servirá a todos los allí presentes. Ésta sí que es una tradición con la que debe de cumplir el invitado para integrarse en esta microsociedad.

La simpatía y el buen humor reinó en todo momento en el interior de aquella cocina. Risas, fotos y el olor del cacao hirviendo transformaron treinta minutos en una divertida aventura sobre los fogones. Hilda, presidenta de la comunidad, sonreía sin pausa al unísono con sus compañeras al observar movimientos torpes y poco eficientes en la elaboración de aquel chocolate.

Terminada esta sesión, afuera, un numeroso público puebla el comedor al aire libre, dispuesto a convertirse en el disfrute de una fiesta cultural. Las primeras palabras son de bienvenida a todos los asistentes, pero poco tiempo faltó para recordar y agradecer nuestra presencia en el lugar.

Algunos de los responsables comunitarios se levantaron de sus asientos para brindar palabras cálidas al grupo de reporteros. Pasaban los minutos y los golpes de sorpresa crecían sin conceder capacidad de reacción.

Primero fue el baile de los palillos, consistente en soportar dos palillos apoyados en los dedos de una pareja de baile. Después, llegarían las canciones tradicionales interpretadas por artistas autóctonos. A continuación, los amorfinos (versos improvisados que se utilizan tanto para mantener un enfrentamiento dialéctico como para halagar a una persona) mostraron una de las caras de la cultura popular montubia.

El programa extraordinario del folclore local reservaría un último apartado de baile, de ritmos latinos: merengue, ballenato, salsa o algún "reegaeton", acompañado de una taza de chocolate recién tostado y cocinado. De esta forma, la celebración tendría su punto álgido y también de retirada del personal, porque al día siguiente había que trabajar.

La improvisada pista de baile sería utilizada por muchos de los allí presentes, antes de abandonar el recinto. No faltó ni un detalle que no tuviese la cuidadosa atención de las hospitalarias gentes de una zona que se propuso no dejar en la indiferencia el paso de cinco reporteros gallegos.

(Fotografía: Miguel Núñez.)