domingo, 21 de junio de 2009

El 'pater' del campesinado ecuatoriano

Juan de Sola/Alex Espiño, (Quito, Ecuador).- La desnudez del espiritu salta a la vista. Detrás de una poblada barba blanca y una mirada de ojos azules hay un ser excepcional por descubrir. En cuerpo menudo, concentra una apasionante historia de lucha social que sería imperdonable no sentarse a escuchar horas y horas. La construcción de la esperanza y convivencia repleta de valores son su paradigma de obra y vida.

El padre Graziano es un hombre inquieto y de desbordantes inquietudes. Todavía, el acento conserva una esencia del idioma italiano, patria que lo vio nacer. Oriundo de la ciudad de Padua, no vacilo a la hora de entregarse a los más desfavorecidos, a aquellos que fueron abandonados por la dicha. "Tenemos que ocuparnos de los que menos tienen para ser justos", entona mientras mantiene esa mirada de limpias intenciones.

Recolector de las primeras necesidades, el padre Graziano regala desmedida generosidad a los semejantes sin esperar una contraprestación más que la cristalización de la solidaridad, dignidad y justicia social en cualquier realidad humana. Cree en las personas y sus capacidades naturales e intelectuales. Es partidario de dotar a todo el mundo de las oportunidades necesarias para que emerja el ser humano que cada uno llevamos grabado en los genes.

Fue testigo de las políticas sociales aplicadas por el gobierno chileno de Salvador Allende y el posterior golpe de Estado, prepetrado por Augusto Pinochet. En condiciones de represión y totalitarismo dictatorial, buscó sin descanso dignificar las situaciones de penuria de un pueblo sometido a la injusticia y la estrechez axfisiante de las libertades. Lo hizo hasta tal extremo que puso en riesgo su propia integridad personal, por lo que tuvo la obligación de abandonar el país y situar en escena nuevos proyectos de solidaridad en la realidad ecuatoriana.

Sonrie como muestra del peso que tiene la felicidad interna ilimitada. Las exageradas carcajadas le hacen inclinar la cabeza hacia atrás, como si mirase al cielo y diese gracias por llevar a cabo sus sueños terrenales con los humanos. A su llegada al Ecuador, canalizó sus esfuerzos en mejorar las condiciones de las comunidades de la provincia de Esmeralda. Nos recuerda que "soy hijo de padres campesinos" y es incapaz de evitar atender concienzudamente las constantes necesidades que han padecido, padecen y padeceran los agricultores. Fue un proyecto de desarrollo, con muy pocos o nulos recursos, a lo largo de nueve intensos años de su activa vida. "Muy hermoso, aunque duro fue aquel proyecto con los miembros de las colectividades de la zona", reflexiona en un suspiro.

Durante este periodo inicial en la acción social de Ecuador, en el objetivo de dotar a las comunidades de servicios sanitarios y educativos, le llovieron las acusaciones desde estamentos del gobierno de pertenecer a organizaciones violentas o terroristas "asunto que me llevó en cinco ocasiones a pisar una cárcel sin merecerlo". Por aquel entonces, el ejecutivo estaba gobernado por un partido poco progresista y excesivamente conservador al que no le seducían aquellas iniciativas promovidas desde la propia sociedad y alejadas del control de la administración.

Hablar y gesticular con nerviosismo es una característica del pater, especialmente, cuando centra el discurso en el pueblo. En este punto es taxativo: la organización y la unión es la base sólida de un pueblo, "esa es la clave para prosperar, desarrollarse y encontrar vidas mimetizadas con la dignidad". Es en el sur de la ciudad de Quito, uno de los focos de mayor marginalidad, donde el Padre Graziano inicia un nuevo proyecto social para evitar el abismo de la exclusión y la pobreza de personas privadas de los mínimos recursos. Comienza este nuevo trabajo en la organización 'Cristo vive en el Sur' y reconoce que las casualidades no existen, por lo menos en esta ocasión. Al decirlo, ríe sin disimulo y regresa a la pasional explicación de como nació la Fundación que hoy preside.

Nunca deja aparcada la amabilidad en la conversación, por muy espinoso que sea la temática a tratar. El azul de sus ojos está presente en todo momento. El parpadeo es mínimo porque mantener la mirada es para este 'padre de los campesinos' un factor capital. Considera que en la comunicación corporal está el plus de credibilidad de las personas o no.

La Fundación Maquita gesta su nacimiento en este contexto social donde el Padre Graziano parece moverse como pez en el agua. "En los despachos, tenemos que estar lo mínimo. Hay que estar en contacto con la gente y conocer sus impresiones o necesidades en primera persona. Esa es la principal herramienta de trabajo con las comunidades". Dice esto después de regresar de Esmeralda, zona situada en la costa, al norte del país.

El vehículo utilizado es el más modesto de cuantos posee la fundación en el parque móvil. Sin un todoterreno es imposible poder realizar labores en el medio rural por que los accesos y red de carreteras no presentan las mejores condiciones de pavimentación y diseño. En la parte trasera, el pez de Cristo nos recuerda el mensaje de ser solidarios en cualquier momento del día. "No podemos ser personas que no sabemos perdonar. Estamos obligados a practicar con frecuencia este aspecto de la relación entre seres iguales". Aquí no deja lugar a la réplica o la mínima insinuación de que el ser humano goza de una imperfección ancestral.

Insiste en repetidas veces en la suerte que tiene al "vivir un sueño". Este proyecto con casi veinticinco años de historia e incidencia en el desarrollo del campo y los miembros de las comunidades es, para este padre, una realidad en la que parece necesita pellizcarse para creer que han llegado algunos resultados positivos. No se recrea demasiado en los hechos y los logros alcanzados, "tenemos que seguir hacia adelante y seguir trabajando porque tenemos muchas personas que todavía necesitan de una atención determinada por nuestra parte", matiza.

Volviendo, de nuevo, la mirada atrás, reitera que la buena organización y el entendimiento entre las personas que componen una comunidad son una de las claves del desarrollo. Pero no quiere dejar pasar la oportunidad de censurar las consecuencias del neoliberalismo para los seres de mayor fragilidad. "Comenzamos a trabajar en los reducidos espacios que dejan las herméticas líneas de comercialización del neoliberalismo. Esta clase de comercio comunitario ha servido para luchar contra políticas económicas conocidas y poco efectivas para el campesino".

Otorga, también, relevancia a las cuestiones de género y la equidad entre sexos. Sobre esta materia, la Fundación aplica unas políticas muy activas para combatir el arraigado machismo existente en el campo. Actualmente, las cosas han avanzado con lentitud pero la mujer adopta papeles de importacia y decisión en el seno de las comunidades. "Ésta debe ser otra de nuestras incansables actuaciones para mejorar las condiciones sociales de la mujer en el rural".

Superada esta fase del análisis, el Padre Graziano se levanta con ímpetu de la silla en la que había mantenido la conversación. Nos sonríe, si es que en algún momento dejó de hacerlo, y aprovecha unos segundos para meditar alguna idea que flota por su hiperactivo cerebro. Sin pensarlo más, advierte: "Nos hemos dejado atrás el importante tema de la Teología de la Liberación"...

(Fotografías: Miguel Núñez)

sábado, 20 de junio de 2009

Rebuscando entre los tesoros de la naturaleza

Juan de Sola / Alex Espiño, (Cayambe, Ecuador) .- Los hongos nacen y se cultivan a altitudes impensables. La recolección es una labor ancestral que con el paso de tiempo ha mejorado en su técnica sin abandonar los métodos tradicionales. Cada vez que brota una seta, renace con mayor fortaleza una identidad y cultura indígena en los andes ecuatorianos.

El paraje donde se ubica el cantón de Cayambe sorprende a la propia naturaleza. Observadas por uno de los volcanes inactivos, nueve mujeres peinan con frecuencia diaria los ricos bosques poblados de pinos. De piel oscura, curtida y de rasgos muy marcados, invitan a todo aquel que les visita a acompañarlas a la selecta recolección de los preciados hongos.

La simpatía, las constantes risas y algún comentario vacilón, incluso en quechua para no ser entendidas, no faltan durante el recorrido por su medio de trabajo. "Tenemos que andar dos horas a esta altura", nos espeta Rosita Catucuamba con una irónica, casi socarrona, sonrisa ocupando todo el rostro. A pesar de ser objetos de una de las tantas bromas a las que nos iríamos acostumbrando, surgieron las dudas sobre si la cosa iba en serio o no.

No tuvimos que esperar mucho. Escuchamos como las nueve recolectoras de hongos emitían el sonido de una "pilla" risa. Era sólo el principio de una integradora experiencia. Con vestuario de coloridos estampados sobre una camisa de grueso tejido y una larga falda monocolor, combinado con un calzado típico de la serranía, parecido a unas alpargatas, caminan en una fila milimétricamente ordenada.

La intuición y la experiencia son sus dos principales herramientas para localizar el fruto. Dos se detienen y el resto continúan la búsqueda. Cuchillo de grandes dimensiones en mano, secciona el cordón umbilical del hongo con la madre tierra. Mientras esto ocurre, bromean hasta arrancar una nueva sonrisa. Poco a poco, la cesta va aumentando de género. Buena parte del bosque ha sido explorado sin más éxito del que hay.

Antiguamente, antes de la incorporación de una máquina de última generación tecnológica gracias a la cooperación internacional, el proceso de secado de los hongos se realizaba en las casas particulares de cada una de las mujeres dedicadas a esta actividad. Habitualmente, antes de salir a recolectar, cada una se ocupa de las necesidades de la granja particular.

Nos muestran, de nuevo con una perenne sonrisa en ese semblante curtido, donde trabajaban en el pasado la seta. "Son muy beneficiosas para tratar la anemia y alimentarse bien", aclara Espírita Ulcuango, a la vez que corta un hongo sobre la mesa de secado.

Por estas fechas, en este lugar de Pecilio, se celebra con intensidad la fiesta de San Juan. Las conversaciones giran en torno a esta fiesta popular. "Hoy tenemos el pregón. Después de trabajar iremos a celebrar el santo", anuncian. En dirección al centro de acopio, en una de las viviendas limítrofes, acaban de sacrificar a un cerdo. En este sentido, las diferencias con la cultura tradicional gallega sólo difieren en cuestiones geográficas y poco más.

Una vez terminado todo el proceso del hongo y transcurridas tres horas, el apetito reaparece con descaro. De repente, en una bolsa, una de ellas reparte panecillos con un cierto sabor dulce que logran apaciguar el deseo biológico de comer. Sentados en un corrillo, la mujer más veterana habla y es escuchada con máximo respeto. En la cultura indígena las mujeres portan un collar cuyas proporciones tienen directa relación a la experiencia y veteranía vital. El más voluminoso sólo puede ser lucido por la mujer de más edad.

De insistir lo mucho que ha cambiado la comunidad y las técnicas de cultivo de las setas, pasa a adentrarnos en la lucha indígena y la importante presencia que éstos tienen en países de Centroamérica como Guatemala. Con tacto, pero con sinceridad, nos detona la memoria los episodios injustos cometidos por los colonos españoles. "Hicieron esclava a nuestra gente y eso no está bien. Aquí no nos respetaron nunca".

Tal afirmación provoca una inmediata reflexión sobre nuestra heroica historia. A nuestra manera, pedimos disculpas por lo provocado por nuestros antepasados. En un tono jocoso, una de ellas sugiere que "ya que se llevaron la plata, ahora que nos compren hongos y nos la devuelvan de nuevo". Y seguimos escuchando aquella viva representación de la mujer indígena que rebusca entre los tesoros de la naturaleza para fomentar una tradición que, a pesar de los intentos por exterminarla, brota cada mañana.

(Fotografías: Wilson Morales.)

viernes, 19 de junio de 2009

Entrevista con María Jesús Pérez - Directora Ejecutiva de MCCH



Longevidad y sabiduría en la sierra andina

Juan de Sola / Alex Espiño, (Cayambe, Ecuador) .- La panamericana norte conduce a ese maravilloso lugar donde la pureza de una cultura e identidad se encuentran intactas. En dirección a Colombia, comenzamos a subir. La ciudad de Quito, punto de partida, se encuentra a 2.880 metros sobre el nivel del mar. Hay que llegar hasta los 3.300 para encontrarnos con la pequeña población andina de Cayambe.

Por primera vez escuchamos hablar del quechua, una de las principales lenguas indígenas. Los paisajes montañosos son tan indescriptibles como elevados. El oxígeno se ausenta por momentos. Y eso se nota al respirar. De vez en cuando, una inevitable sensación de agotamiento aparece y desaparece. El agua y el azúcar, el mejor remedio para equilibrar el organismo.

Los rostros indígenas hacen decenas de kilómetros que dominan este entorno de la serranía. La última parte del recorrido nos devuelve al Ecuador de caminos de tierra y piedras. Al fondo, preside la escena el volcán de Cayambe. Está nevado. Por suerte, despejado. Bonita manera de dar la bienvenida a este recóndito punto de la sierra de los Andes.

Tenemos ya la necesidad de realizar nuestros movimientos con mayor lentitud. Tras buscar el último acceso, llegamos al centro de aquel reducido pueblo. Nos detenemos en la explanada central y un lugareño sale a nuestro encuentro. Se dirige a Nelly, coordinadora de la Fundación Maquita en la sierra. Ella viaja en uno de los asientos traseros. Rápidamente saluda con un cariño que sólo aquí saben practicar.

Un hombre de piel curtida por el sol y el fuerte viento de la zona, ataviado con una especie de poncho artesanal rojo, busca conversación y fácilmente la encuentra. Unas gafas de color negro protegen una mirada de sabiduría. "Gracias por escucharme. Llevo toda la vida en este lugar, aunque ahora tengo un poco de reuma. Pero eso es más psicológico y mental que físico".

Segundo Neptalí ha superado con nota los 88 años de edad. Expresa con pasión y claridad como ha sido su vida en un lugar tan diferente al nuestro. No duda en adentrarnos en sus ideales políticos. "El imperialismo americano y sus químicos están envenenando al mundo. Los alimentos tienen que ser naturales para la salud", critica vehementemente.

Este octagenario indígena nos habla con naturalidad de alcanzar una vida de 100 años. Recuerda que su madre llegó al horizonte de los 125. "Sólo perdió un poco de vista al final. Pero murió un día caminando hacia la iglesia".

Defiende las prácticas artesanales y tradicionales, muy por encima de las industriales. A su edad, todavía pertenece y participa en las bases del sindicato de trabajadores del Ecuador. "Voy a bajar a la ciudad de Quito para denunciar esto. No tengo temor a represalias de los americanos por esto que digo".

La alimentación ecológica es casi una obsesión. Antes de asimilar todos los conceptos y sabios razonamientos que formuló, tuvo que luchar con la ignorancia desde el analfabetismo. "Llegué a ser profesor por méritos propios. Daba clases a los niños en ese edificio", señala con el dedo hacia una vieja casa de baja construcción en la zona de Pecilio, pequeña población del cantón de Cayambe.

Insiste en que ser longevo debe ser un objetivo básico y prioritario para cualquier persona. Eso sí, bajo intereses de sabiduría alimentaria y vital.

(Fotografías: Wilson Morales.)

jueves, 18 de junio de 2009

Luchando por salir adelante en un mundo de hombres

Juan de Sola / Alex Espiño, (Palo Quemado, Ecuador) .- Las risotadas de Maruchi Silva todavía resuenan en las laderas de Palo Quemado, una pequeña comunidad agrícola situada en la provincia de Cotopaxi. Le preguntábamos cómo se sentía al mandar sobre los hombres, al poder tomar decisiones, al ver que sus opiniones, ahora sí, son tenidas en cuenta.

No es una cuestión baladí. El cultivo de la panela, conocida en nuestro país como azúcar de caña, tradicionalmente ha sido una tarea exclusivamente masculina. "Nos decían que no éramos capaces de aguantar un trabajo tan físico como este". Pero ella, con su trabajo, ha demostrado que las excepciones son posibles. En Palo Quemado, son las mujeres las que lideran la comunidad.

De los cuatro miembros de la directiva, tres son mujeres. Algo insólito en este país. Maruchi destaca orgullosa que desde que se hicieron cargo de la organización "el cambio ha sido brutal, porque teníamos muchas ideas que no eran escuchadas y que han funcionado a la perfección". Asegura que los hombres, incluído su marido, han recibido muy bien que ellas tengan el mando de la producción, aunque sabe que no en todo Ecuador pasa lo mismo.

"Aún hay la creencia que la mujer tiene que estar en su casa, criar a sus hijos y cuidar de su esposo, pero aquí estamos demostrando que podemos hacer mucho más que eso". Por eso, aunque reconoce que los inicios fueron duros, anima a que mujeres en su situación luchen por sus sueños "porque con esfuerzo se cumplen". Y eso que ella tiene el apoyo de su familia, "pero nuestra tesorera es una mujer que está sola y aún así pelea día a día por salir adelante. Ella ha sido mi mayor ejemplo".

En los últimos años, las mejoras en la producción de la panela en esta comunidad han sido notables. Maruchi y sus compañeras aún recuerdan los tiempos en los que cocinaban la caña de azúcar en una especia de galpón al aire libre, en donde las condiciones de trabajo no eran las mejores. "La panela se nos estropeaba mucho, porque se humedecía demasiado, cogía hongos y bacterias, y además nos llevaba mucho tiempo, ya que la maquinaria era muy rudimentaria".

Gracias a los proyectos impulsados por la Fundación Maquita y la ONGD Amarante, esta comunidad de Palo Quemado pudo construir una pequeña factoría artesanal, conseguir una exprimidora del juego de la caña de azúcar, triplicar los hornos para cocinarla, o que es más importante, capacitarse para la calidad y la rentabilidad de sus producciones sean óptimas. Así han logrado llegar a producir entre cinco o seis personas a la vez, 250 kilogramos de panela al día, trabajando unas doce horas diarias, una jornada laboral que podría entenderse como extenuante, "pero al menos trabajamos en familia y pasamos un buen rato".

"Y todo ello, ahora ganando un precio justo por nuestro trabajo", dice sonriente nuestra anfitriona, justo antes de ofrecernos un buen plato de comida de la tierra. Como buena campesina ecuatoriana, prefiere quedarse sin comer a que sus invitados pasen hambre. Sobre todo después del largo y empedrado camino que han recorrido para que sea una de las protagonistas del documental que narrará su forma de vida. Una generosidad de la que los europeos tenemos mucho que aprender.

(Fotografías: Miguel Núñez).

Tres generaciones de mujeres en plena construcción de una equidad de género

Juan de Sola/Alex Espiño, (Junin, Ecuador).- Son tres generaciones de mujeres representadas en un mismo momento. Cecilia, Carmén y Mª Isabel recorren casi un siglo donde caben los avances pero también muchas penurias para la mujer campesina.

No dudan en expresar con naturalidad, su criterio a la hora de valorar como le fue, le va y le ira a la mujer en un espacio tan dominado por el hombre como el campo en Ecuador. Las conquistas han tardado en fructificar pero afortunadamente ya están aquí.

Nos encontramos con ellas en el centro de acopio de Junin, un espacio donde la cooperación gallega está muy presente gracias a los proyectos que la ONG Amarante mantiene desde hace cinco años. Mª Isabel, la mujer de más edad, recuerda que, en tiempos atrás, no podía hacer otra cosa que cuidar de los apartados domésticos sin oportunidades para un desarrollo tanto social como profesional. "Antes, los hombres no indicaban un camino muy corto: cuidar de la casa y los niños. Era lo que había entonces". A pesar de la resignación por haber vivido bajo ese modelo social, no trasluce el rencor o el ánimo de revancha contra el género opuesto. Considera que "ahora, las cosas han cambiado y es un gusto poder comprobar como una mujer puede hacer más cosas". Esta luchadora nos recuerda los diferentes episodios librados para poder llegar a ser maestra y titularse en esta profesión. "Me empeñe en ser maestra en unos tiempos en lo que eso no era para mi. Al final, lo consegui", sonrie con orgullo al confesarnos tal logro.

Sin embargo, Carmén, mujer representativa de una generación de mediana edad, es consciente que los problemas reales de género los vivió en carne de su madre. "Recuerdo cuando era pequeña las dificultades de ella por intentar algo más que no fuese el cuidarnos. Cada vez que lo revivo no puedo evitar el lamento". En su caso, sopesa que las cosas no han sido fáciles, aunque los tiempos han cambiado. Por ejemplo, "estoy en esta entrevista y mi marido está realizando las labores en casa. Eso es un cambio", asevera una mujer con deseos de crecer en cambios sociales y culturales que favorezcan a la mujer.

Para Cecilia, las cosas están muy claras. No hay marcha atrás en relación a la inculcación de una equidad entre géneros. Considera esta visión crucial para seguir en la dirección necesaria de los avances. "En el campo, los hombres no dejaban paso a las mujeres en decisiones que afectaban a todos, antes venían a las asambleas de las comunidades solo en representación del marido y, eso, ha cambiado de forma importante", subraya esta joven mujer que insiste en trabajar de forma incansable por engrasar la máquina que fabrique una igualdad real.

Las tres mujeres son conscientes de que las problemáticas todavía perduran. La violencia de género es inmediatamente condenada, al ser preguntadas por este aspecto. Reconocen la existencia de malos tratos no solo físicos sino también psicológicos. "Conocemos casos. Bien es cierto que son menores que antes, pero las mujeres en Ecuador siguen viviendo ese trato inhumano", matizó Cecilia.

Reivindican el derecho a participar en todos los espacios donde hay decisiones y responsabilidades que asumir. "No estamos de acuerdo que este tipo cosas siempre recaiga sobre los hombres porque nos afectan a todos, no solo a ellos". No pierden la oportunidad de recurrir a los frios datos de las mujeres que están en puestos de responsabilidad y las que no. A esto le añaden, el hecho de los éxitos en los periodos de formación de la mujer frente al hombre. "Menos mal que ahora tenemos presencia en este tipo de foros donde se acuerdan cosas de relieve para nuestra comunidad".

Creen en la aplicación del concepto equidad en toda su extensión. Asumen el reto de llevar a la sociedad ecuatoriana a un severo cambio ante una realidad machista, en especial, en el mundo agrario. Tres generaciones que se niegan a aceptar cualquier retroceso; tres mujeres de diferentes generaciones que se han convertido en el paradigma de la mujer en la provincia de Manabí. En el futuro referente de la construcción de la decidida equidad entre sexos.
(Fotografía: Miguel Núñez)


La fiesta de la hospitalidad

Juan de Sola / Alex Espiño (Poza Honda, Ecuador) .- La gente del cantón de Santa Ana, especialmente la más cercana a Poza Honda, no quiso escatimar esfuerzos en dedicación y hospitalidad. Por eso, varias comunidades optaron por desarrollar una noche cultural popular, con todos los honores, motivada por la visita de los reporteros de Agareso.

Nadie esperaba tal recibimiento. Tras una jornada intensa, siguiendo las huellas que deja la producción artesanal de cacao, la noche había llegado para quedarse las horas reglamentarias. En este aspecto, la diferencia es importante con respecto a España. Poco más de las seis y media, oscurece en el territorio ecuatoriano. Desde la costa a la sierra, pasando por la amazonía y el oriente.

La cena estaba prevista para las ocho de la tarde en el centro de ecoturismo que la Fundación Maquita, contraparte de la ONG gallega Amarante, tiene asentado desde hace dos años en Poza Honda. El proyecto, dirigido por personas de las comunidades de la zona, tiene un corto pero intenso recorrido. Cuatro cabañas acondicionadas y un salón que, a la vez, es utilizado como idílico comedor. Esto ha convertido una costosa y sacrificada iniciativa en una bandera de dignidad para todos los miembros de las comunidades.

En este punto del Ecuador, el cacao y el ecoturismo son el centro de las actividades zonales. Y no hay otras principales referencias, ¡por ahora! Todos persiguen un desarrollo de la comunidad como objetivo colectivo.

La suave temperatura nocturna no quiso ser un condicionante adverso para celebrar una velada inolvidable. Los diferentes preparados que salían de aquella cocina estaban compuestos por productos de cultivo ecológico, localizados en el cantón y su provincia. Frutas, arroz, verduras, zumos, así como pescado, sugerían los encantos de la gastronomía más artesanal.

Recién terminada la cena, las mesas y las sillas fueron retiradas para hacer más espacioso el lugar. En la entrada a la finca, decenas de lugareños esperan al son de una guitarra su turno para poder iniciar un festejo en toda regla. Atónitos por tal situación, los miembros de la expedición de Agareso son llamados a cocina para participar en la elaboración del chocolate que, horas después, se servirá a todos los allí presentes. Ésta sí que es una tradición con la que debe de cumplir el invitado para integrarse en esta microsociedad.

La simpatía y el buen humor reinó en todo momento en el interior de aquella cocina. Risas, fotos y el olor del cacao hirviendo transformaron treinta minutos en una divertida aventura sobre los fogones. Hilda, presidenta de la comunidad, sonreía sin pausa al unísono con sus compañeras al observar movimientos torpes y poco eficientes en la elaboración de aquel chocolate.

Terminada esta sesión, afuera, un numeroso público puebla el comedor al aire libre, dispuesto a convertirse en el disfrute de una fiesta cultural. Las primeras palabras son de bienvenida a todos los asistentes, pero poco tiempo faltó para recordar y agradecer nuestra presencia en el lugar.

Algunos de los responsables comunitarios se levantaron de sus asientos para brindar palabras cálidas al grupo de reporteros. Pasaban los minutos y los golpes de sorpresa crecían sin conceder capacidad de reacción.

Primero fue el baile de los palillos, consistente en soportar dos palillos apoyados en los dedos de una pareja de baile. Después, llegarían las canciones tradicionales interpretadas por artistas autóctonos. A continuación, los amorfinos (versos improvisados que se utilizan tanto para mantener un enfrentamiento dialéctico como para halagar a una persona) mostraron una de las caras de la cultura popular montubia.

El programa extraordinario del folclore local reservaría un último apartado de baile, de ritmos latinos: merengue, ballenato, salsa o algún "reegaeton", acompañado de una taza de chocolate recién tostado y cocinado. De esta forma, la celebración tendría su punto álgido y también de retirada del personal, porque al día siguiente había que trabajar.

La improvisada pista de baile sería utilizada por muchos de los allí presentes, antes de abandonar el recinto. No faltó ni un detalle que no tuviese la cuidadosa atención de las hospitalarias gentes de una zona que se propuso no dejar en la indiferencia el paso de cinco reporteros gallegos.

(Fotografía: Miguel Núñez.)

miércoles, 17 de junio de 2009

Entrevista a Euclides Pilay - Coordinador Provincial de MCCH Maquita en Manabi



Las niñas del cacao de Poza Honda

Juan de Sola/Alex Espiño, (Poza Honda, Ecuador).- Los aires del Pacifico no disimulan la carga de humedad en el ambiente. Nos recibe, este mar de nombre tranquilo, con el ciclo nuboso o poco despejado. Puertoviejo es nuestro punto de encuentro con un nuevo contacto (William) que nos acompañará durante 48 horas por la provincia de Manabi.

Emprendemos viaje, en dirección, a la zona montañosa de este rincón ecuatoriano, para detenernos en el cantón de Santa Ana; lugar donde el cacao nace, se hace, y sabe de forma única en el mundo. Las plantaciones comienzan a verse a medida que nos adentramos en las entrañas de esta provincia. Lejos de las grandes aglomeraciones urbanísticas amanece una zona generosa en recursos naturales.

En la extensión de este cantón (ayuntamiento) son acomodados humildemente numersos habitantes, repartidos en distintas comunidades de Poza de Honda. Para llegar a este lugar, se deben recorrer kilómetros de tierra y piedra por una vía de tercera clasificación. A medida que son superadas curvas y rectas irregulares en el firme, con un diseño hecho a base del continuo paso de vehículos, las comodidades quedan relegadas a un segundo plano. Las comunicaciones pierden todo su sentido y presencia en la zona.

Curiosamente, un autobus de línea regular se cruza con nosotros. No es nada extraño que el transporte público, tal y como se entiende en Ecuador, transite por unas vías de difícil acceso. Ver pasar un transporte de pasajeros, incluso un improvisado camión de reparto haciendo las funciones, resulta familiar y cotidiano. Esta combinación no hace más que suscitar un mayor nivel de expectación.

Al paso por algunas zonas, donde principalmente las casas están hechas de cañas de bambu, se registra un intercambio de saludos desde el coche, haciendo sonar la bocina con cierta alegria. Aquí, aunque no lo parezca, la Fundación Maquita también posee un centro de acopio. A su alrededor, prima la orografía montañosa vestida de diferentes espersores verdes. Pese a ello, el cacao absorve todo el protagonismo.

En esta zona, tanto su cultivo como elaboración reciben un trato muy artesanal. De nuevo, la humedad y el calor no pasan indiferentes. El sol esconde su presencia detrás de las nubes, vigilante en todo momento de lo acontece. Son más los días nublados, a esta vera del Pacifico, que los soleados. Sus efectos se dejan notar permanentemente en el ambiente.

Somos invitados a un humilde, aunque hermosa casa, para conocer el afable trato que recibe el cacao. Allí nos esperaba toda la familia y algunos vecinos con el deseo de compartir esa forma de vivir que han adoptado de generación en generación. La casa se encuetra suspendida en el aire. No mantiene contacto con el suelo, salvo a través de los pilares principales. El resto, en su interior, la madera y una distribución muy familiar - habitación de las hijas próxima a la de los padres - convierte la estancia en algo agradable para los invitados. Unas cortinas demuestran que las sabanas viejas pueden ser aprovechadas con otras utilidades.

Todos andan descalzos por los espacios de la rústica vivienda. En la puerta de acceso de entrada y salida, de forma ordenada, una fila de sandalias tan humildes como la propia casa esperan por si hay que salir.

Rosa, esposa y madre a la vez, comienza a preparar el cacao. Sus dos hijas aportan su ayuda incondicional. Una sonrisa a tres bandas transforma, algo tan tradicional, en un momento complejo de olvidar. Dibujadas esos gestos de amabilidad y simpatía en los rostros de las tres féminas de la casa, el cacao pasa de ser seleccionado según la calidad del grano. A continuación, se tuesta cerca de veinte minutos en su recipiente de barro y, posteriormente, se separa de su corteza protectora para ser depositado en un molinillo.

Durante estos cuatro pasos, hay una serie de anécdotas que hacen más entrañable un proceso casi secular. Se conversa, se ríe y se admira como el resultado final es un densa bola de cacao con un sabor amargo y demasiado fuerte para los refinados paladares. El número de personas fue creciendo a lo largo de las dos horas que convivimos en aquel hospitalario refugio.

Las paredes presentan fotografías de bellas mujeres y algún que otro diploma académico. El tiempo y la alta humedad se han encargado de oscurecier el papel y la escritura de algunos. El cabeza de familia se hace una foto arropado por el abrazo de sus dos inmaculadas hijas. Sonrien a la cámara como si estuviesen acostumbradas a ello. Recoger un solo movimiento natural de ambas otorga la posibilidad de recibir una caricia al ojo a través de una fotografía.

Pronto, la confianza hacia nosotros iría creciendo involuntariamente. Con frecuencia, se agarran los brazos de Rita, una cariñosa cámara de la expedición. Transmiten la sensación de haberse conocido mucho antes, pero no es así. Las melenas largas y negras contrastan con sus dientes blancos y perfectamente situados que aparecen siempre en los destellos de mayor simpatía de las dos criaturas.

Preguntadas por si les despierta interés la labor de su madre, respoden afirmativamente que les gustaria seguir con una tradición familiar y convertirse en las niñas del cacao en un futuro.

(Fotografías: Miguel Núñez)

martes, 16 de junio de 2009

Implementando la red social del cacao



lunes, 15 de junio de 2009

Un plato de integración

Juan de Sola / Alex Espiño, (Quito, Ecuador) .- La familia es un concepto universal que trasciende a cualquier barrera física posible. No hay espacio más sagrado que el ocupado por un padre, una madre o un hijo, entre otros referentes.

Compartir minutos y horas de vida suele ser la prioridad más habitual. Cuando esto no ocurre, se difuminan imágenes y vivencias como las encontradas en un modesto mesón, al sur de la ciudad de Quito.

Ubicado en una calle en donde las tiendas tradicionales jalonan el recorrido, uno va coincidiendo con la vecindad, formada por mujeres, hombres y niños de rasgos más indígenas que en otras localidades de la costa ecuatoriana. Es normal visualizar facciones más o menos marcadas, oscuras o claras, en función de la altitud del país que uno pise. La sierra suele conservar mayores tradiciones indígenas que por ejemplo localidades costeras.

En esa reflexión que nos concede un barrio humilde, buscamos la entrada del mesón conocido como "El leñón verde". Aprovechando un espacio de unos 60 metros cuadrados, familias enteras degustaban la rica cocina del lugar. Se encuentra atendido por un matrimonio. Apenas muestran sorpresa al ver entrar a cinco "gringos" con la intención de integrarse en el comedor, de momento, sin capacidad para servir más comidas hasta pasados unos minutos.

Pasada media hora de la una de la tarde, la cocina y la parrilla no encuentran una pausa. Con naturalidad aguardamos turno. Mientras, observamos como el orden y el simultáneo ejercicio de levantar el cubierto es la principal característica. Una televisión, con el canal 1 ecuatoriano, preside en un rincón del local de comidas. De vez en cuando, alguien levanta la mirada del plato, despertado por la curiosidad de una vieja serie de los años 80.

Niños atendidos por sus madres se niegan a comer con regularidad. Una criatura, tocada por la diosa de la hermosura, nos demuestra que los niños pintan las mismas cosas en cualquier lugar. Su madre nos mantiene la mirada unos segundos. Con la tez morena y los ojos alargados, se esconde de nuevo en su mundo familiar. Acompañada de sus padres, termina los últimos gramos de arroz presentes en un copioso, energético y calórico plato.

La niña simula que llora para llamar la atención. Otro pequeño al fondo del comedor se contagia de tal actitud infantil. Poco dura el intento. Ella luce una compacta trenza negra. Él, un juguete. Según se termina, la mesa queda inmediatamente libre, porque la cultura popular de la sobremesa ha quedado al otro lado del Atlántico.

La rotación es rápida y la presentación de los emplatados no persigue la exquisitez. Sobre las paredes de color verde, un cartel con las variedades y precios reivindica la atención del comensal. "¿Qué desea? Tiene los combos o las carnes y pollos". En Ecuador, los combos es el símil de un plato combinado para los españoles.

Una reducida barra es aprovechada para hacer la cuenta y poco más. Por menos de cuatro dólares, el comer es un problema resuelto. Todos portan un jersey o prenda similar en pleno mes de junio. El frío sigue apoderándose de este punto de la sierra andina. Es por ello que la oferta no busca refrescar y alimentar a su vez. El menú típico de las estaciones frías es la principal salida.

Afuera continuan las brasas de "El leñón verde" al rojo vivo, perfecta metáfora para describir las emociones que algo tan cotidiano como comer obsequia una sociedad integradora en pleno Ecuador.

(Fotografía: Miguel Núñez).

La supervivencia en un bote de mermelada

Juan de Sola / Alex Espiño (Santo Domingo, Ecuador) .- Con música latina de fondo, trabajan desde hace doce años, una cooperativa formada actualmente por siete mujeres. Siete luchadoras que han conseguido sacar adelante su propio negocio de fabricación de mermeladas, y que se han convertido en uno de los iconos del trabajo que se está realizando en Ecuador.


Es la historia de siete supervivientes. Cuando comenzaron con este proyecto eran 35 mujeres, pero muchas no quisieron o no pudieron aguantar. "Los comienzos fueron duros", recuerda Estela. "Muchas se fueron porque no íbamos a cobrar salarios. Estuvimos casi un año sin llevar dinero a casa, porque todos los beneficios que conseguíamos, los invertíamos en comprar todo lo que necesitábamos".

Reconocen que esa situación fue un obstáculo, pero durante esa complicada etapa, tenían muy presente las palabras del Padre Graziano, presidente de la Fundación Maquita. "Siempre nos dijeron que esto no era para que aprendíesemos a hacer mermelada, sino para que trabajásemos y tuviésemos ingresos que aportar a la familia". Muchas de ellas aguantaron y pronto comenzaron a llegar los resultados.

"Una de las mayores satisfacciones que me llevo, es haber podido darle una educación a mis hijos gracias al dinero que he logrado con este trabajo. Sólo con eso ya estoy bastante contenta", asegura, con lágrimas en los ojos, otra de las socias de la cooperativa. Aunque para ello haya tenido que renunciar a muchas cosas.

Poner en marcha esta iniciativa les obligaba a trabajar unas doce horas diarias. "Ahora tratamos de compensar ese exceso y estamos probando a trabajar menos horas, a ver como nos va". A pesar de eso, cuando llegan a casa aún tienen tiempo de ser amas de casa, ya que "siempre la tenemos patitas arriba". Y sobre todo, de pasar tiempo con sus familias. Son auténticas heroínas.

Sacar adelante su sueño les ha costado mucho esfuerzo. Algunas ya piensan en dar el relevo a sus hijas. "Ya me queda poco para cruzar el río", relata con asombrosa entereza una de las mujeres, "por eso me gustaría que nuestro trabajo continuase, que no se perdiese todo por lo que hemos estado luchando".

Lo que tienen claro es que la cooperativa tiene que seguir manteniendo su marcado acento femenino. "No necesitamos a los hombres, si hay que levantar algo pesado, pues lo hacemos entre dos y ya".

Todas ellas muestran orgullosas los frutos del largo camino recorrido. "La mejor mermelada es la producida por Nueva Aurora", dice una. "De los 10 grupos que había en Santo Domingo, sólo quedamos nosotras. Fuimos las perseverantes", recalca otra de ellas.

Tenemos que dejar de hablar con ellas. Ya se quitan los mandiles, los gorros y los guantes. Toca bailar. Quedan por delante dos horas de cocción de la mermelada. En algo tenemos que pasar el tiempo. Subimos el volumen de la música y bailamos.

(Fotografías: Miguel Núñez.)

domingo, 14 de junio de 2009

Domingo entre la familia y las urnas

Juan de Sola/Alex Espiño, (Quito, Ecuador).- La tranquilidad de un domingo no difiere, por lo menos en Quito, de muchos otros lugares del mundo donde acostumbran a echar el freno de mano para dedicar un día festivo a la semana a los suyos y a esos asuntos personales tan propios del ámbito familiar.

Pero, el caso de este domingo es excepcional. La casualidad ha querido hacer coincidir esta jornada de asueto con una convocatoria de elecciones a las Juntas Parroquiales en todo el territorio de Ecuador. Es una curiosa manera de buscar representación desde la base social, inexistente en los diferentes sistemas democráticos repartidos por Europa.

Aun así, la campaña electoral ha tenido lugar cumpliendo con todas las reglas necesesarias para captar el voto de los interesados por estos comicios. Al parecer, la experiencia no atrae todavía en exceso al pueblo ecuatoriano a las urnas por un claro desconocimiento de la utilidad de este plebiscito. De esta elección, salen designados, además de los presidentes de las juntas parroquiales, algunos diputados andinos.

Dicen que es necesario un poco más de tiempo para fomentar la fortaleza de este proceso, poco atractivo para los ciudadanos de diferentes rincones de esta tierra sudamericana. "Necesitamos un mayor recorrido para consolidar esta fórmula democrática. Es como todo, la concienciación de sociedad requiere un cierto tiempo", nos confiesan personas que si han cumplido con su deber ciudadano de ejercer el voto.

En las calles, trasiego y los carteles de los candidatos presidiendo el paísaje urbano y rural del territorio ecuatoriano, incluso, en este día de elecciones. Son 700 las opciones presentadas para el dictamen soberano de un pueblo muy pendiente de la política y las acciones de su gobierno. Prueba de ello, acontecía en la mañana del sábado, cuando a bordo de un taxi metropolitano de la ciudad de Quito, la banda sonora era una voz institucional: Rafael Correa, presidente de Ecuador, acostumbra a ofrecer una alocución, cada sábado, desde un medio accesible a todos/as: la radio.

A través de este medio y durante tres horas, de diez de la mañana a una de la tarde, concede la oportunidad al administrado de escuchar como el máximo representante de los ecuatorianos ha trabajado en los últimos días por mejorar la convivencia colectiva; el hecho de haberlo conseguido o no es un aspecto que toque decidir ahora. Para todo hay habilitado un momento concreto.

El nivel de cultura democrática es otra de las características que mide la calidad de una sociedad, en función de sus derechos y libertades. En el caso que nos ocupa, dicha práctica ciudadana se encuentra en un óptimo estado de salud, a pesar de alguna distorsión transnacional que puede cruzar el Atlántico. De hecho, hoy, en Ecuador, la gente sigue votando mientras esta crónica agota sus últimas líneas.
(Fotografía: Miguel Núñez)

Entrevista Pablo Romero - Comunicación MCCH Maquita (Ecuador)



sábado, 13 de junio de 2009

Cultivar para no emigrar

Juan de Sola / Alex Espiño (Guayaquil, Ecuador) .- "Los ecuatorianos no valoramos lo nuestro, hasta que salimos del país y lloramos por lo que dejamos atrás". Con esa frase tan contundente nos despedía el conductor del taxi 2519 de Guayaquil justo antes de dejarnos en el aeropuerto, en donde nos esperaba un avión, de nuevo rumbo a Quito.

Era la reflexión de un hombre que tuvo que abandonar la sierra andina para irse a trabajar a la gran ciudad y poder labrarse un futuro. "Porque yo tenía claro que no iba a emigrar, yo de mi país no salgo, aquí me quedo".

A pesar de que la crisis económica también ha golpeado con dureza el país, nuestro amigo está convencido de que abandonar Ecuador y cruzar el charco para irse a España como han hecho muchos de sus compatriotas no es solución. "Al menos, aquí podemos comer. Con un par de centavos ya tienes algo que echarte a la boca. Allí no, la gente no se preocupa por los demás, no se ayudan los unos a los otros".

Este comentario lo extiende a su propia gente, ya que explica apenado que "cuando se van, cambian, allá no se ayudan. Algo cambia en su mentalidad." Está seguro de que la situación económica mejorará para los ecuatorianos, quienes aún tienen muy presente el proceso de dolarización que acabó en 1999 con su moneda nacional. "Eso sí que fue muy duro. Hubo gente que con el cambio perdió mucho dinero, los ahorros de toda una vida".

Por eso dice que los ecuatorianos viven "pendientes siempre de los movimientos que hay". En ese sentido, este pueblo, tan confiado y amable con sus visitantes, se vuelve receloso. Especialmente con la clase gobernante, porque a pesar de que empiezan a notarse cambios, "nunca nos han tenido en cuenta".

Una afirmación que hace tras recordar que el 90 por ciento de la riqueza de Ecuador está en manos de un 10 por ciento de sus habitantes. La clase poderosa "que sólo se preocupan de ellos mismos". Un esquema que desgracidamente se repite en muchos otros países latinoamericanos. Una situación que está ayudando a superar el comercio justo. Cada vez más, los campesinos están más preparados, tecnificados y más enterados de sus derechos. Y están decididos a que no les vuelvan a pisotear. Saben que para no emigrar, tienen que cultivar.
(Fotografía: Miguel Núñez.)

Rosa Montoya: Economista de formación y campesina por tradición

Juan de Sola/Alex Espiño (San Carlos - Ecuador).- Una dulce mirada esconde el compromiso de avanzar sin traicionar a las raices que le dieron la oportunidad de existir. La historia de Rosa Montoya no es muy habitual entre la joven mujer ecuatoriana. Economista de formación y campesina por tradición, no ha consentido que el paso por la universidad cambiase la perspectiva de seguir al lado de los suyos, a pesar de la kilométrica distancia que separa a los dos mundos.

De la puerta de un aula magna a la entrada de la finca de cítricos. En su cabeza, dos cuestiones tan diferentes como los asientos contables, por un lado, o calcular los kilos de naranjas recolectados ese día, por otro, no viven en permanente conflicto. Asumir que la economía se puede trasladar al palmo de hectarea cultivada, alejada del cómodo acondicionamiento del despacho, no es motivo de resignación sino de orgullo.

Observa a su padre, Arturo Montoya, con admiración. Es conocedora que de esa reinante humildad ha nacido una identidad familiar y cultural. "Mis amigas no logran entender todo esto que hago", reconoce Rosa, quien deja perder la mirada en el horizonte en búsqueda de un alivio por una situación que logra realmente incomodarla.

Desde la parroquia de San Carlos, en la parte más alta de la localidad de Santa Rosa, la familia Montoya otea el río Oro - nombre de la provincia - desde la elevada posición que ocupa su desnuda casa. La acción de la minería también se ha encargado de certificar la defunción de un cauce fluvial con un pasado rico en biodiversidad. Rosa nos muestra el paso del agua por la zona. Al hacerlo, el semblante se transforma en una triste expresión. Todo esto ocurre minutos antes de partir a las frondosas zonas de cultivos.

Con hábito y dominio, a su vez, coge la yegua y monta. Lo hace, curiosamente, con una perrita sin pedigrí entre las piernas. La escena no puede regalar mayor ternura. Con suavidad y sin estresarla, ordena a la equina el comienzo de un largo camino de treinta minutos por un sendero de empedrado y barro, mezcla común en cualquier espacio natural que se precie.

El balanceo de Rosa, montando al animal, parece marcar el ritmo de ascenso. El verde sobre verde se impone. A medida que ascendemos, la niebla americana nos recuerda su existencia. La humedad es alta y la inquietud para algunos miembros de la expedición también. De vez en cuando, el ahullido de un tipo de monos característicos del Ecuador irrumpe en el armónico sonido del lugar. Divisamos una mezcla perfecta de vegetación tropical y andina.

Rosa sigue encabezando a la familia Montoya. Por detrás, su padre, madre y hermano conversan con los distintos invitados que son conducidos a las tierras de cultivo. Nos detenemos para dar un mínimo respiro a las constantes vitales. Las prendas de ropa advierten bien de los efectos de la humedad relativa en el aire. El sudor no es más que otra leve consecuencia de la incursión.

La sonrisa complice de Rosa aparece y desaperece a lo largo de todo el trayecto. No deja de prestarnos atención, insiste en ello. Cada vez que nos hace alguna indicación, no duda en utilizar los movimientos medidos, tranquilos y ordenados.

Llegamos al primer palmo de hectárea, donde se cultivan los cítricos más jugosos del sur de Ecuador y del norte de Perú. Lo primero, un trago de agua. Rápidamente, Beatríz (madre de Rosa) selecciona unas naranjas para preparar un zumo en una improvisada cabaña de maderas sin tallar. Allí se guarecen de algunas lloviznas y tormentas a lo largo del año. En uno de los pilares, un manojo de platanos nos lleva a preguntar: ¿también sois productores de esto?

Arturo Montoya responde que no, mientras coge la escalera fabricada de bambú y la pone al servicio de su mujer. Con un palo golpea las ramas cargadas de fruto. Pendiente de la caida, la espera la protagoniza Rosa. Amortigua las leyes básicas de la gravedad con un saco entre las manos. "La naranja no es buena para su consumo o comercialización si recibe golpes", matiza.

La sincronización es máxima. El resto somos meros espectadores de un espectáculo exclusivo en plena provincia del Oro ecuatoriana. Tras varias explicaciones, sobre todo centradas en lo que allí se trabaja, comenzamos la ronda de entrevistas a los miembros de la familia. Optamos por lo clásico: primero, padres y, despues, hijos.

Se sientan en un pequeño banco de madera. Padre y madre, con cruces de miradas y caricias en las manos, confirman su intensa relación de años. A pocos metros, siguen las evoluciones de los retoños de ambos. "Lo más importante es que mis hijos van a seguir con esto. Ése es el mejor destino", confiensa Arturo. Ante tan afirmación, Beatríz no duda en asentir con la cabeza."Ellos han querido seguir con nuestra lucha. Yo pude vender las tierras y no lo hice por ellos. Fue mi hijo quien me insistió", prosigue el cabeza de la familia Montoya.

Acaban las preguntas y la entrevista se extingue para Arturo y Beatríz. Los dos están emocionados por vivir una experiencia ante las cámaras y se agarran fuerte de la mano. Ella confiesa que ya le da órdenes a él. Vuelven a sonreir, sin apenas esfuerzo, y regresan a sus quehaceres.

Turno para los dos hermanos. Arturo junior está nervioso. Empezamos por la chica. Nos explica algunos ejemplos derivados en conflicto con sus amistades por seguir con la actividad familiar, a pesar de todo. "No lo entiende y he tenido que distanciarme de ese círculo social".
Junior deja pasar un silencio y toma la palabra. Lo hace con inseguridad, pero con sinceridad. "Esto tiene que seguir. Las tierras son muy productivas y es una manera de trabajar en la vida".

Poco a poco, las frases son más largas y fluidas. Preguntado por sus padres, se detiene, mira hacia la gran montaña situada a nuestras espaldas y espeta: "Es lo más grande que puede tener un hijo, esos padres". Rosa respira hondo, como si la emoción le hubiese consumido todo el oxígeno almacenado en los pulmones.

Los dos son conscientes del responsable papel que les ha concedido el destino. Hijos de emigrantes de la sierra a la costa deciden no mancillar la obra de sus padres con el desprecio y no muestran signos de flaqueza en el objetivo de continuar con lo iniciado por Arturo y Beatriz.

Acabada la sesión de entrevistas, la distensión es máxima. Bromas, risas y comentarios ocupan los minutos. Aunque nadie quiere, todos tienen que admitir que aquel encuentro acabaría de un instante a otro. Pero, allí no sólo se había iniciado el cultivo de una eventual relación entre un grupo de reporteros y una familia campesina. En ese lugar, sin apenas percatarse, quedaban plantadas semillas de sinceridad en un campo destinado a la siembra de la humanidad. "No fue difícil. La familia Montoya al completo tiene un oficio magistral en sacar lo mejor de cada uno, en cuestión de horas. Y, así fue".

El tramo final del descenso llegaba a su fin y, sin avisar, los estómagos se encogían de forma impulsiva. La despedida era inminente y, como suele ocurrir en estos casos, nadie deseaba acelerar el paso. Finalmente, no quedó otra salida. Un sentido abrazo por una parte y un beso por otra (en Ecuador sólo se besa en una mejilla) marcaron el definitivo "hasta siempre". Poco segundos antes de cerrar la puerta del pickup, uno de los modelos de coche más usados para transitar por medios rurales, Arturo entona sin vacilar: "Chévere, la familia Montoya siempre a su disposición".

(Fotografías: Miguel Núñez)

viernes, 12 de junio de 2009

Mismo ADN en diferentes tierras

Juan de Sola /Alex Espiño (Machala-Ecuador) .- Uno podría pensar que al estar a más de 9.000 quilómetros de casa, se echarían de menos muchas cosas. Que extrañarías paisajes, sensaciones, olores o costumbres con las que has convivido desde el primer minuto de tu existencia. Pero Ecuador tiene el mágico encanto de hacerte sentir que eres uno de ellos. Nada más poner un pie en su realidad.

Parece como si llevaras viviendo aquí una eternidad. Como si nada fuese desconocido. Pero al mismo tiempo sabes que tienes todo un mundo por descubrir. Tal vez esta percepción esté en nuestro ADN. Que todos los años que los gallegos nos hemos visto obligados a emigrar, hayan cambiado nuestra genética, nuestra forma de asumir que debemos acostumbrarnos a nuevos horizontes.

A esto ayuda, sin duda, la naturaleza humana. Buscamos continuamente referencias que nos resulten familiares. Y para nosotros no resulta complicado encontrarlas. A medida que nos vamos alejando de las grandes ciudades, que han sido nuestro primer contacto con la realidad ecuatoriana, y empezamos a conocer las regiones menos desarrolladas y más rurales, tenemos la sensación de haber entrado en un túnel del tiempo.

Un salto temporal que nos traslada de nuevo a la Galicia de los años 50-60. Una Galicia que sobrevivió a años oscuros gracias a un modelo productivo basado en el sector primario.
La agricultura, la ganadería y la pesca fueron el único sustento de muchas generaciones, igual que ahora lo son para decenas de miles de familias ecuatorianas.

En estos primeros días de contacto directo con los grandes héroes y heroínas de este cambio social que está viviendo Ecuador, uno se da cuenta de los notables parecidos que tenemos ambos pueblos. No sólo en el paisaje rural, que evoca en muchos momentos a nuestra tierra, sino en la forma de entender la vida.

Pero sin duda, la mayor similitud con esa Galicia casi olvidada, es el amor y el apego que los campesinos ecuatorianos sienten por la tierra, por su tierra, su afán de superación, la fortaleza de creer que con su trabajo, ahora sí, pueden cambiar las cosas, de saber que con su esfuerzo ayudan a la construcción de una sociedad más justa, en donde las mujeres, las grandes olvidadas durante muchos años, participan activamente en el desarrollo de una cierta cultura del bienestar.

Ejemplos de este trabajo ya hemos conocido muchos. Ha sido un día muy intenso. Es muy difícil explicar en pocas palabras los sentimientos que nos han dejado en todos nosotros las primeras entrevistas de este documental. De forma incuestionable, la historia de la familia Montoya merece un capítulo aparte.

(Fotografía: Miguel Núñez.)

Rec, grabando, acción... ¿Qué es comercio justo?

Juan de Sola/Alex Espiño (Santa Rosa-Ecuador).- Las indiscretas cámaras de los reporteros de Agareso han podido grabar, en los primeros minutos de trabajo, una de las realidades más evidentes que depara el campo ecuatoriano. Durante su estancia en el centro de acopio de la villa de Santa Rosa, recientemente rehabilitado, la recolección y el secado del cacao han formado parte de los primeros argumentos de un trabajo audiovisual entregado a las caras, voces y actores del Comercio Xusto.


El recibimiento no pudo tener mejores anfritiones que los responsables de la provincial del Oro, al sur del país, donde encontramos el ejercicio de la colaboración en su máxima expresión. Bajo un sol difícil de soportar durante más de cinco minutos, Cesar Carrión, responsable de Maquita en la zona, no dudó en sentarse a conversar mientras el cacao culmina su proceso de secado para ser almacenado.

A pesar de la temperatura reinante y de la fuerte solana, Carrión sigue hablándonos; son las tres de la tarde y las condiciones se acercan al calor extremo. Habla con tanta pasión de lo suyo que casi resulta innesario formular elaboradas preguntas. Con un mínimo gesto sigue el camino de la entrevista con enormes dotes de locuacidad. Por momentos, tenemos la sensación de que esto ya lo había repetido en otras ocasiones. Confiesa que no era la primera vez que afrontaba algo así.

Ajeno a las cámaras, menciona que el centro de acopio que dirige es el resultado de "aquello que tantos y tantos campesinos han mimado a lo largo de la temporada". No disimula a la hora de reconocer que esta sorprendido por lo bien que van las cosas en la organización "Hay trabajo y compromiso", sentencia.

Desde detrás de las cámaras, compañeros y compañeras de la Fundación siguen con atención todos los detalles del primer encuentro de César ante unos periodistas. Cuenta detalles como que este tipo de proyectos han atajado problemas como el de la especulación en el campo. "En un espacio de 20 kilómetros, existía una diferencia de cerca de 30 dolares en la venta de cacao. Un dato insoportable para cualquier organización", explica.

No olvida que el comercio justo es una de las transformaciones que este proyecto ha logrado en Galicia, España, Italia, entre otros países. Anida en César y en el resto de sus compañeros el deseo de que las cosas no bajen de intensidad. Subraya con un dulce acento ecuatoriano que "sería imperdonable detener esta interesante máquina de desarrollo".

Transcurridos diez minutos finaliza la entrevista; la primera para uno de los principales defensores de la actividad agraria con nítidos criterios sociales. Para nosotros, este encuentro se ha convertido en la primera de las grabaciones que nos deparan ante una mayúsucula pregunta: ¿qué es el comercio justo?

(Fotografía: Miguel Núñez. Montaje de los primeros minutos de grabación del documental. César Carrión aporta todos los detalles del proceso del manufactura del cacao)

jueves, 11 de junio de 2009

La Panamericana: arteria principal del corazón ecuatoriano

Juan de Sola/Alex Espiño, (Guayaquil-Ecuador).- La principal infraestructura que une el país ecuatoriano, desde la sierra hasta la costa, transita por la Panamericana. A través de esta vía, se mueven los intereses sociales, comerciales y económicos de un rincón de sudamérica.

Miles y miles de vehículos, livianos (como les llaman aquí a los utilitarios) o pesados, toman la alternativa para dinamizar la cultura e identidad de un Ecuador que pretende no perder el tren del desarrollo, por mínimo que éste sea. A medida que se desciende, a un ritmo de centeneres de metros por decenas de kilómetros recorridos hasta completar los 2880 metros de altitud que separan a la ciudad de Quito de otras realidades del país, ubicadas en la zona de la costa, la niebla se disipa y el paisaje de montaña cede el testigo a la frondosa vegetación 'pseudo tropical'.

Pero la costumbre hace que los habituales usuarios solo piensen en la densidad de tráfico existente como principal preocupación. La conducción, a ojos de las autoridades europeas serían temeraria. Ellos aquí, desde su punto de vista, entonan una dulce frase que hasta se hace simpática al oirla: "Las cosas se hacen así".

La sierra andina se une así con el puerto de Guayaquil, lugar este último del que parten toneladas y toneladas de productos procedentes de las cooperativas que la Fundación MCCH - Maquita tiene distribuidas por todo el territorio del país. A través de las vías marítimas pivota el 50% de la economía del Ecuador.

No obstante, la conexión con los dispersos territorios de cultivo, aunque estratégicamente elegidos como garantía de futuro para la comunidad y su actividad, también contempla los paisajes únicos de la Panamericana como arteria principal del corazón de una sociedad de sociedades que se resiste a padecer cualquier aritmia de desarrollo social y económico.

(Fotografía: Miguel Núñez. Durante el recorrido de descenso, atravesamos una población en los valles andinos donde se fabrica, en el arcen de la Panamericana, un dulce conocido como Melocha).

miércoles, 10 de junio de 2009

Regreso obligado a una realidad cambiante

Juan de Sola/Alex Espiño (Quito, Ecuador). La llegada a tierras andinas ofreció estampas, en su etapa previa, de gran valor social y humano. El fenomeno de la emigración, un proceso muy presente en la sociedad gallega, no pasa desapercibido para la comunidad de ecuatorianos que aguardaban en la puerta de embarque B27 de la terminal 1 del aeropuerto de Barajas con destino a la ciudad de Quito.

La grave situación económica que vive España ha impactado en la base social de la inmigración de Ecuador. En la cola de la puerta de embarque, se podía escuchar la desolada voz de una mujer con lágrimas en los ojos, que había perdido su puesto de trabajo. El motivo: su ex empresa no ha soportado más el trayecto por el desierto de la crisis económica.

Durante el vuelo de once horas, no dejó de lamentarse por su situación de retorno. De vez en cuando, un chiquillo jugando dulcifica el hondo dolor, provocado por un sueño de futuro enterrado en el subsuelo del olvido. Madrid-Quito, un vuelo indeseado, hecho por necesidad. Volver al pasado sin haberlo buscado.

Sin embargo, la otra cara la representa una expedición compuesta por cinco reporteros de Agareso con el objetivo de grabar un documental sobre el "Comercio Xusto", o como prefieren llamarlo por estas tierras, Comercio alternativo.

El objetivo: desvelar secretos de la relación entre la ONGD Amarante (Galicia) y la Fundación Maquita (Ecuador), una organización social de referencia en el sector primario y social. En los últimos años, ha logrado conjugar el cultivo sostenible, la manufactura y la comercialización, sin olvidarse de la pieza clave del engranaje: el campesino y su cooperativa.

Productos que nacen a un lado y se consumen al otro con la etiqueta y certificado de justicia, igualdad y desarrollo para numerosas comunidades de la sierra y costa del Ecuador. Una filosofía resumida en una las frases que presiden en la memoria de la fundación: "démonos la mano para comercializar como hermanos".

La cultura andina ha acogido con un generoso abrazo tal iniciativa de visibilizar sus acciones modélicas en el entramado de una compleja organización. Ahora, sólo queda dar una respuesta sin escatimar en esfuerzos para sacar del escondite la labor de miles de personas que participan en este proyecto de cooperativas agrarias.
(Fotografía: Miguel Núñez)