sábado, 13 de junio de 2009

Rosa Montoya: Economista de formación y campesina por tradición

Juan de Sola/Alex Espiño (San Carlos - Ecuador).- Una dulce mirada esconde el compromiso de avanzar sin traicionar a las raices que le dieron la oportunidad de existir. La historia de Rosa Montoya no es muy habitual entre la joven mujer ecuatoriana. Economista de formación y campesina por tradición, no ha consentido que el paso por la universidad cambiase la perspectiva de seguir al lado de los suyos, a pesar de la kilométrica distancia que separa a los dos mundos.

De la puerta de un aula magna a la entrada de la finca de cítricos. En su cabeza, dos cuestiones tan diferentes como los asientos contables, por un lado, o calcular los kilos de naranjas recolectados ese día, por otro, no viven en permanente conflicto. Asumir que la economía se puede trasladar al palmo de hectarea cultivada, alejada del cómodo acondicionamiento del despacho, no es motivo de resignación sino de orgullo.

Observa a su padre, Arturo Montoya, con admiración. Es conocedora que de esa reinante humildad ha nacido una identidad familiar y cultural. "Mis amigas no logran entender todo esto que hago", reconoce Rosa, quien deja perder la mirada en el horizonte en búsqueda de un alivio por una situación que logra realmente incomodarla.

Desde la parroquia de San Carlos, en la parte más alta de la localidad de Santa Rosa, la familia Montoya otea el río Oro - nombre de la provincia - desde la elevada posición que ocupa su desnuda casa. La acción de la minería también se ha encargado de certificar la defunción de un cauce fluvial con un pasado rico en biodiversidad. Rosa nos muestra el paso del agua por la zona. Al hacerlo, el semblante se transforma en una triste expresión. Todo esto ocurre minutos antes de partir a las frondosas zonas de cultivos.

Con hábito y dominio, a su vez, coge la yegua y monta. Lo hace, curiosamente, con una perrita sin pedigrí entre las piernas. La escena no puede regalar mayor ternura. Con suavidad y sin estresarla, ordena a la equina el comienzo de un largo camino de treinta minutos por un sendero de empedrado y barro, mezcla común en cualquier espacio natural que se precie.

El balanceo de Rosa, montando al animal, parece marcar el ritmo de ascenso. El verde sobre verde se impone. A medida que ascendemos, la niebla americana nos recuerda su existencia. La humedad es alta y la inquietud para algunos miembros de la expedición también. De vez en cuando, el ahullido de un tipo de monos característicos del Ecuador irrumpe en el armónico sonido del lugar. Divisamos una mezcla perfecta de vegetación tropical y andina.

Rosa sigue encabezando a la familia Montoya. Por detrás, su padre, madre y hermano conversan con los distintos invitados que son conducidos a las tierras de cultivo. Nos detenemos para dar un mínimo respiro a las constantes vitales. Las prendas de ropa advierten bien de los efectos de la humedad relativa en el aire. El sudor no es más que otra leve consecuencia de la incursión.

La sonrisa complice de Rosa aparece y desaperece a lo largo de todo el trayecto. No deja de prestarnos atención, insiste en ello. Cada vez que nos hace alguna indicación, no duda en utilizar los movimientos medidos, tranquilos y ordenados.

Llegamos al primer palmo de hectárea, donde se cultivan los cítricos más jugosos del sur de Ecuador y del norte de Perú. Lo primero, un trago de agua. Rápidamente, Beatríz (madre de Rosa) selecciona unas naranjas para preparar un zumo en una improvisada cabaña de maderas sin tallar. Allí se guarecen de algunas lloviznas y tormentas a lo largo del año. En uno de los pilares, un manojo de platanos nos lleva a preguntar: ¿también sois productores de esto?

Arturo Montoya responde que no, mientras coge la escalera fabricada de bambú y la pone al servicio de su mujer. Con un palo golpea las ramas cargadas de fruto. Pendiente de la caida, la espera la protagoniza Rosa. Amortigua las leyes básicas de la gravedad con un saco entre las manos. "La naranja no es buena para su consumo o comercialización si recibe golpes", matiza.

La sincronización es máxima. El resto somos meros espectadores de un espectáculo exclusivo en plena provincia del Oro ecuatoriana. Tras varias explicaciones, sobre todo centradas en lo que allí se trabaja, comenzamos la ronda de entrevistas a los miembros de la familia. Optamos por lo clásico: primero, padres y, despues, hijos.

Se sientan en un pequeño banco de madera. Padre y madre, con cruces de miradas y caricias en las manos, confirman su intensa relación de años. A pocos metros, siguen las evoluciones de los retoños de ambos. "Lo más importante es que mis hijos van a seguir con esto. Ése es el mejor destino", confiensa Arturo. Ante tan afirmación, Beatríz no duda en asentir con la cabeza."Ellos han querido seguir con nuestra lucha. Yo pude vender las tierras y no lo hice por ellos. Fue mi hijo quien me insistió", prosigue el cabeza de la familia Montoya.

Acaban las preguntas y la entrevista se extingue para Arturo y Beatríz. Los dos están emocionados por vivir una experiencia ante las cámaras y se agarran fuerte de la mano. Ella confiesa que ya le da órdenes a él. Vuelven a sonreir, sin apenas esfuerzo, y regresan a sus quehaceres.

Turno para los dos hermanos. Arturo junior está nervioso. Empezamos por la chica. Nos explica algunos ejemplos derivados en conflicto con sus amistades por seguir con la actividad familiar, a pesar de todo. "No lo entiende y he tenido que distanciarme de ese círculo social".
Junior deja pasar un silencio y toma la palabra. Lo hace con inseguridad, pero con sinceridad. "Esto tiene que seguir. Las tierras son muy productivas y es una manera de trabajar en la vida".

Poco a poco, las frases son más largas y fluidas. Preguntado por sus padres, se detiene, mira hacia la gran montaña situada a nuestras espaldas y espeta: "Es lo más grande que puede tener un hijo, esos padres". Rosa respira hondo, como si la emoción le hubiese consumido todo el oxígeno almacenado en los pulmones.

Los dos son conscientes del responsable papel que les ha concedido el destino. Hijos de emigrantes de la sierra a la costa deciden no mancillar la obra de sus padres con el desprecio y no muestran signos de flaqueza en el objetivo de continuar con lo iniciado por Arturo y Beatriz.

Acabada la sesión de entrevistas, la distensión es máxima. Bromas, risas y comentarios ocupan los minutos. Aunque nadie quiere, todos tienen que admitir que aquel encuentro acabaría de un instante a otro. Pero, allí no sólo se había iniciado el cultivo de una eventual relación entre un grupo de reporteros y una familia campesina. En ese lugar, sin apenas percatarse, quedaban plantadas semillas de sinceridad en un campo destinado a la siembra de la humanidad. "No fue difícil. La familia Montoya al completo tiene un oficio magistral en sacar lo mejor de cada uno, en cuestión de horas. Y, así fue".

El tramo final del descenso llegaba a su fin y, sin avisar, los estómagos se encogían de forma impulsiva. La despedida era inminente y, como suele ocurrir en estos casos, nadie deseaba acelerar el paso. Finalmente, no quedó otra salida. Un sentido abrazo por una parte y un beso por otra (en Ecuador sólo se besa en una mejilla) marcaron el definitivo "hasta siempre". Poco segundos antes de cerrar la puerta del pickup, uno de los modelos de coche más usados para transitar por medios rurales, Arturo entona sin vacilar: "Chévere, la familia Montoya siempre a su disposición".

(Fotografías: Miguel Núñez)

3 comentarios:

  1. Mi envidia crece a medida que sigo vuestras crónicas en el blog...
    Imagino el escenario de esta entrevista a la Familia Montoya, por cierto entrañable, a partir de unas fotos preciosas y de la descripción que ofreceis. Sólo me queda esperar para poder verla en el reportaje que estais preparando.
    Qué bonito trabajo el vuestro!!!
    Un abrazo.
    Eva

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  2. hola muy bueno tu autobiografia y soy admirador de las personas luchadoras. me llamo arnaldo sansonetty y quiero que me responda con la mayor sinceridad. yo tengo por vecina a una señora que se llama narcisa montoya zambrano y vive en venezuela pero ella es natural de ecuador, el cual han pasado los años y la doña no ha sabido de su familia ya que perdieron comunicacion. vivian en palestina, ecuador. de los hermanos que me menciono son milton, joanna u otros que no recuerdo, su padre se llama isildro. quisiera tener contacto con la emisora cristal de guayaquil para hacer una solicitud de que la señora narcisa quiere volver a tener contacto de su familia. gracias y cualquiera informacion por favor me contacta por el facebook o correo sanson-1981@hotmail.com o cel 04121823252. gracias y exito

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    1. Listo, gracias a Dios ya encontro a su familia.

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