miércoles, 17 de junio de 2009

Las niñas del cacao de Poza Honda

Juan de Sola/Alex Espiño, (Poza Honda, Ecuador).- Los aires del Pacifico no disimulan la carga de humedad en el ambiente. Nos recibe, este mar de nombre tranquilo, con el ciclo nuboso o poco despejado. Puertoviejo es nuestro punto de encuentro con un nuevo contacto (William) que nos acompañará durante 48 horas por la provincia de Manabi.

Emprendemos viaje, en dirección, a la zona montañosa de este rincón ecuatoriano, para detenernos en el cantón de Santa Ana; lugar donde el cacao nace, se hace, y sabe de forma única en el mundo. Las plantaciones comienzan a verse a medida que nos adentramos en las entrañas de esta provincia. Lejos de las grandes aglomeraciones urbanísticas amanece una zona generosa en recursos naturales.

En la extensión de este cantón (ayuntamiento) son acomodados humildemente numersos habitantes, repartidos en distintas comunidades de Poza de Honda. Para llegar a este lugar, se deben recorrer kilómetros de tierra y piedra por una vía de tercera clasificación. A medida que son superadas curvas y rectas irregulares en el firme, con un diseño hecho a base del continuo paso de vehículos, las comodidades quedan relegadas a un segundo plano. Las comunicaciones pierden todo su sentido y presencia en la zona.

Curiosamente, un autobus de línea regular se cruza con nosotros. No es nada extraño que el transporte público, tal y como se entiende en Ecuador, transite por unas vías de difícil acceso. Ver pasar un transporte de pasajeros, incluso un improvisado camión de reparto haciendo las funciones, resulta familiar y cotidiano. Esta combinación no hace más que suscitar un mayor nivel de expectación.

Al paso por algunas zonas, donde principalmente las casas están hechas de cañas de bambu, se registra un intercambio de saludos desde el coche, haciendo sonar la bocina con cierta alegria. Aquí, aunque no lo parezca, la Fundación Maquita también posee un centro de acopio. A su alrededor, prima la orografía montañosa vestida de diferentes espersores verdes. Pese a ello, el cacao absorve todo el protagonismo.

En esta zona, tanto su cultivo como elaboración reciben un trato muy artesanal. De nuevo, la humedad y el calor no pasan indiferentes. El sol esconde su presencia detrás de las nubes, vigilante en todo momento de lo acontece. Son más los días nublados, a esta vera del Pacifico, que los soleados. Sus efectos se dejan notar permanentemente en el ambiente.

Somos invitados a un humilde, aunque hermosa casa, para conocer el afable trato que recibe el cacao. Allí nos esperaba toda la familia y algunos vecinos con el deseo de compartir esa forma de vivir que han adoptado de generación en generación. La casa se encuetra suspendida en el aire. No mantiene contacto con el suelo, salvo a través de los pilares principales. El resto, en su interior, la madera y una distribución muy familiar - habitación de las hijas próxima a la de los padres - convierte la estancia en algo agradable para los invitados. Unas cortinas demuestran que las sabanas viejas pueden ser aprovechadas con otras utilidades.

Todos andan descalzos por los espacios de la rústica vivienda. En la puerta de acceso de entrada y salida, de forma ordenada, una fila de sandalias tan humildes como la propia casa esperan por si hay que salir.

Rosa, esposa y madre a la vez, comienza a preparar el cacao. Sus dos hijas aportan su ayuda incondicional. Una sonrisa a tres bandas transforma, algo tan tradicional, en un momento complejo de olvidar. Dibujadas esos gestos de amabilidad y simpatía en los rostros de las tres féminas de la casa, el cacao pasa de ser seleccionado según la calidad del grano. A continuación, se tuesta cerca de veinte minutos en su recipiente de barro y, posteriormente, se separa de su corteza protectora para ser depositado en un molinillo.

Durante estos cuatro pasos, hay una serie de anécdotas que hacen más entrañable un proceso casi secular. Se conversa, se ríe y se admira como el resultado final es un densa bola de cacao con un sabor amargo y demasiado fuerte para los refinados paladares. El número de personas fue creciendo a lo largo de las dos horas que convivimos en aquel hospitalario refugio.

Las paredes presentan fotografías de bellas mujeres y algún que otro diploma académico. El tiempo y la alta humedad se han encargado de oscurecier el papel y la escritura de algunos. El cabeza de familia se hace una foto arropado por el abrazo de sus dos inmaculadas hijas. Sonrien a la cámara como si estuviesen acostumbradas a ello. Recoger un solo movimiento natural de ambas otorga la posibilidad de recibir una caricia al ojo a través de una fotografía.

Pronto, la confianza hacia nosotros iría creciendo involuntariamente. Con frecuencia, se agarran los brazos de Rita, una cariñosa cámara de la expedición. Transmiten la sensación de haberse conocido mucho antes, pero no es así. Las melenas largas y negras contrastan con sus dientes blancos y perfectamente situados que aparecen siempre en los destellos de mayor simpatía de las dos criaturas.

Preguntadas por si les despierta interés la labor de su madre, respoden afirmativamente que les gustaria seguir con una tradición familiar y convertirse en las niñas del cacao en un futuro.

(Fotografías: Miguel Núñez)

3 comentarios:

  1. Simplemente genial!!! Casi puedo trasladarme a esa cabaña, sentir el calor, la humedad, y disfrutar del olor a cacao...

    Ah! y gracias por esas "caricias al ojo a través de vuestras fotografías".
    Besos

    ResponderEliminar
  2. YO tambien he disfrutado mucho con esta entrada, la verdad es que dais mucha envidia por poder estar disfrutando de esta experiencia.
    Gracias por compartirlo con nosotros.
    Esta para mi es la prueba de que estamos en el buen camino, nuestro esfuerzo tiene frutos reales y las oportunidades de esas personas son un ejemplo de ello.
    Absorved todo lo que podais y vomitarlo sobre esta parte del mundo, que falta nos hace!!!

    ResponderEliminar
  3. Quiero volver a este lugar

    ResponderEliminar