jueves, 18 de junio de 2009

La fiesta de la hospitalidad

Juan de Sola / Alex Espiño (Poza Honda, Ecuador) .- La gente del cantón de Santa Ana, especialmente la más cercana a Poza Honda, no quiso escatimar esfuerzos en dedicación y hospitalidad. Por eso, varias comunidades optaron por desarrollar una noche cultural popular, con todos los honores, motivada por la visita de los reporteros de Agareso.

Nadie esperaba tal recibimiento. Tras una jornada intensa, siguiendo las huellas que deja la producción artesanal de cacao, la noche había llegado para quedarse las horas reglamentarias. En este aspecto, la diferencia es importante con respecto a España. Poco más de las seis y media, oscurece en el territorio ecuatoriano. Desde la costa a la sierra, pasando por la amazonía y el oriente.

La cena estaba prevista para las ocho de la tarde en el centro de ecoturismo que la Fundación Maquita, contraparte de la ONG gallega Amarante, tiene asentado desde hace dos años en Poza Honda. El proyecto, dirigido por personas de las comunidades de la zona, tiene un corto pero intenso recorrido. Cuatro cabañas acondicionadas y un salón que, a la vez, es utilizado como idílico comedor. Esto ha convertido una costosa y sacrificada iniciativa en una bandera de dignidad para todos los miembros de las comunidades.

En este punto del Ecuador, el cacao y el ecoturismo son el centro de las actividades zonales. Y no hay otras principales referencias, ¡por ahora! Todos persiguen un desarrollo de la comunidad como objetivo colectivo.

La suave temperatura nocturna no quiso ser un condicionante adverso para celebrar una velada inolvidable. Los diferentes preparados que salían de aquella cocina estaban compuestos por productos de cultivo ecológico, localizados en el cantón y su provincia. Frutas, arroz, verduras, zumos, así como pescado, sugerían los encantos de la gastronomía más artesanal.

Recién terminada la cena, las mesas y las sillas fueron retiradas para hacer más espacioso el lugar. En la entrada a la finca, decenas de lugareños esperan al son de una guitarra su turno para poder iniciar un festejo en toda regla. Atónitos por tal situación, los miembros de la expedición de Agareso son llamados a cocina para participar en la elaboración del chocolate que, horas después, se servirá a todos los allí presentes. Ésta sí que es una tradición con la que debe de cumplir el invitado para integrarse en esta microsociedad.

La simpatía y el buen humor reinó en todo momento en el interior de aquella cocina. Risas, fotos y el olor del cacao hirviendo transformaron treinta minutos en una divertida aventura sobre los fogones. Hilda, presidenta de la comunidad, sonreía sin pausa al unísono con sus compañeras al observar movimientos torpes y poco eficientes en la elaboración de aquel chocolate.

Terminada esta sesión, afuera, un numeroso público puebla el comedor al aire libre, dispuesto a convertirse en el disfrute de una fiesta cultural. Las primeras palabras son de bienvenida a todos los asistentes, pero poco tiempo faltó para recordar y agradecer nuestra presencia en el lugar.

Algunos de los responsables comunitarios se levantaron de sus asientos para brindar palabras cálidas al grupo de reporteros. Pasaban los minutos y los golpes de sorpresa crecían sin conceder capacidad de reacción.

Primero fue el baile de los palillos, consistente en soportar dos palillos apoyados en los dedos de una pareja de baile. Después, llegarían las canciones tradicionales interpretadas por artistas autóctonos. A continuación, los amorfinos (versos improvisados que se utilizan tanto para mantener un enfrentamiento dialéctico como para halagar a una persona) mostraron una de las caras de la cultura popular montubia.

El programa extraordinario del folclore local reservaría un último apartado de baile, de ritmos latinos: merengue, ballenato, salsa o algún "reegaeton", acompañado de una taza de chocolate recién tostado y cocinado. De esta forma, la celebración tendría su punto álgido y también de retirada del personal, porque al día siguiente había que trabajar.

La improvisada pista de baile sería utilizada por muchos de los allí presentes, antes de abandonar el recinto. No faltó ni un detalle que no tuviese la cuidadosa atención de las hospitalarias gentes de una zona que se propuso no dejar en la indiferencia el paso de cinco reporteros gallegos.

(Fotografía: Miguel Núñez.)

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