Por primera vez escuchamos hablar del quechua, una de las principales lenguas indígenas. Los paisajes montañosos son tan indescriptibles como elevados. El oxígeno se ausenta por momentos. Y eso se nota al respirar. De vez en cuando, una inevitable sensación de agotamiento aparece y desaparece. El agua y el azúcar, el mejor remedio para equilibrar el organismo.
Los rostros indígenas hacen decenas de kilómetros que dominan este entorno de la serranía. La última parte del recorrido nos devuelve al Ecuador de caminos de tierra y piedras. Al fondo, preside la escena el volcán de Cayambe. Está nevado. Por suerte, despejado. Bonita manera de dar la bienvenida a este recóndito punto de la sierra de los Andes.
Tenemos ya la necesidad de realizar nuestros movimientos con mayor lentitud. Tras buscar el último acceso, llegamos al centro de aquel reducido pueblo. Nos detenemos en la explanada central y un lugareño sale a nuestro encuentro. Se dirige a Nelly, coordinadora de la Fundación Maquita en la sierra. Ella viaja en uno de los asientos traseros. Rápidamente saluda con un cariño que sólo aquí saben practicar.
Un hombre de piel curtida por el sol y el fuerte viento de la zona, ataviado con una especie de poncho artesanal rojo, busca conversación y fácilmente la encuentra. Unas gafas de color negro protegen una mirada de sabiduría. "Gracias por escucharme. Llevo toda la vida en este lugar, aunque ahora tengo un poco de reuma. Pero eso es más psicológico y mental que físico".
Este octagenario indígena nos habla con naturalidad de alcanzar una vida de 100 años. Recuerda que su madre llegó al horizonte de los 125. "Sólo perdió un poco de vista al final. Pero murió un día caminando hacia la iglesia".
Defiende las prácticas artesanales y tradicionales, muy por encima de las industriales. A su edad, todavía pertenece y participa en las bases del sindicato de trabajadores del Ecuador. "Voy a bajar a la ciudad de Quito para denunciar esto. No tengo temor a represalias de los americanos por esto que digo".
La alimentación ecológica es casi una obsesión. Antes de asimilar todos los conceptos y sabios razonamientos que formuló, tuvo que luchar con la ignorancia desde el analfabetismo. "Llegué a ser profesor por méritos propios. Daba clases a los niños en ese edificio", señala con el dedo hacia una vieja casa de baja construcción en la zona de Pecilio, pequeña población del cantón de Cayambe.
Insiste en que ser longevo debe ser un objetivo básico y prioritario para cualquier persona. Eso sí, bajo intereses de sabiduría alimentaria y vital.
(Fotografías: Wilson Morales.)
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